domingo, 8 de julio de 2012

El día de la marmota 1 parte

Siete de la mañana de todo el mes: (y desgraciadamente, no creo que cambien las tornas) aparecen, principalmente la mediana, seguida en breve por el pelotón de ataque y se acaba el sueño, de todas formas perturbado por el apasionante mundo de las gaviotas.
Hablemos de las gaviotas en primer lugar, ese animal cuyas impresionantes cagadas pueblan la zona, y que, entre las cinco y media y las seis, me despiertan todos los días puntuales para charlar de sus cosas. Porque los sonidos que emiten, aparte de intensos, parecen conversaciones. Muchas usan determinados soniquetes muy parecidos entre sí, mientras otras comentan cosas distintas, a la vez que los últimos grupos chillan disconformes con las apreciaciones previas.
El caso es, digamos, fastidiarme, porque al jefe no le inmutan lo más mínimo, aunque lo niegue, alegando que los mosquitos no le dejan dormir, y por eso cuando coge el sueño, no lo suelta...
Como siempre, no consigo atender a la vez todos los requerimientos de tipos de tostada, temperatura de las leches, colores de las pajas, peleas por la ubicación correcta de cada uno en la mesa, y acabo con mis tostadas calcinadas ( con el INRI de la pequeña indicándome que debo comprar una tostadora nueva, que esta quema las tostadas) y el padre apareciendo por la puerta ante la alarma de mis chillidos. Se los lleva a los tres a la playa (por lo que sus amigos dicen que el plan es "cojonudo" para mi persona), pero yo no sería capaz de afirmar tanto, cuando lo que me quedo haciendo es limpiar, comprar, cambiar camas meadas (en la siesta también, porque entre la sopa y la sandía, ya se sabe...), lavar, tender, hacer la comida, fregar el suelo (¿no era esto del cuento de Cenicienta?), porque el hada no aparece, la hija puta. Debe andar por ahí, con algún Senegalés...
Y en cuanto puedo, a la playa, que a veces llego en el momento de la recogida, y si llego antes, hay medusas coloraditas de lo más monas, para disuadirme de mi interés por el refresco corporal.
Por cierto, para tranquilidad de mis lectores, este año, están cagando y meando menos en la playa, y, de todos modos, no hay cartón de indigente. Ha debido desplazarse a otra ubicación más placentera. Todos los días, lucha para enjuagarles los pies, y por conseguir llegar a casa.
Tras la comida, la siesta. La siesta consiste en que el padre les grite una y otra vez que a dormir, y se acueste, durmiéndose él, pero que lo hagan sus lechones, eso es otro cantar. Si lo hacen algún día, por agotamiento inesperado, como dije antes, camas meadas. Aunque no es lo habitual. Tras un pequeño paréntesis en el que me hacen creer que voy a descansar, e incluso a veces, consigo medio dormirme, empiezan a trajinar. El mayor se dedica a escribir notas tamaño folio del tipo: ¡¡¡Estoy harto de tí!!! (a quién se referirá?), a arrancar hojas de papel de una libreta, y a hacer sobres,¿para mandarle cartas a alguien?, los cuales pega con papel celo, haciendo un ruido tremendo, y utilizando un cúter lleno de óxido que todavía no sé de dónde lo sacó; o bien se alía con las hermanas, para, hablando flojito, eso sí, encerrarse en una de las habitaciones, tirando cosas al suelo, corriendo muebles para atrincherarlos contra la puerta...por lo que finalizan esta franja horaria castigados, haciendo deberes, y yo cabreada de lo más...Continuará.

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