sábado, 11 de agosto de 2012

La mala educación

3.35 ( o algo así): Mamá, me he hecho pis.
Abro los ojos y veo a uno de los primeros visitantes de la noche (no indicaré ni siquiera el sexo, para proteger intimidades).
Consigo arrastrarme de la cama hacia una posición erecta , y cambio de atuendo al ser, que procedo a depositar en una cama colindante (vacía, porque la tercera persona se haya con los abuelos, pasando unos días de terror para ellos).
Me acuesto de nuevo. Alguien ronca. Consigo dormirme.
4.35-4.45: Mamá, me he meado. Antes de abrir los ojos de nuevo, aparecen en mi cabeza todos los símbolos y exabruptos empleados por Ibáñez en las tiras de Mortadelo y Filemón.
Me levanto y aprovecho para mear yo, no vaya a ser que acabe como ellos, y tras el cambio de pijama, acuesto en mi hueco de la cama al segundo individuo. Me queda, como siempre, el sofá, porque las restantes camas de la competición, están algo, diríamos húmedas.
Allí me voy y consigo, de nuevo, distanciar mi mente de la realidad.
7.00 AM. Oigo unos pasos bajando la escalera que me desvelan la clara intención de desayunar, no importando que el día anterior yo hubiera trabajado hasta las 22 horas, y hoy no haya casi dormido. Eso es, del todo secundario en mi existencia.
8.35 LLega la asistenta y, conforme entra por la puerta, le doy la bolsa con las toallitas, los dos botellines de agua recién cambiada , y le endoso a los niños vestidos, para que se vayan "un ratito al parque, ahora que todavía hace fresquito"...
Subo a la habitación para empezar a cambiar camas meadas y a poner lavadoras, y al encender la luz de la habitación, suena una explosión," se van los plomos", y veo cristales de la bombilla hecha añicos, de rosca ancha, tamaño pequeño y 40 Watios, por encima de las camas y la moqueta...
De nuevo, acuden a mi mente los bocadillos de los tebeos, pero esta vez con más figuras e insultos que herirían susceptibilidades en todas las civilizaciones conocidas y por conocer.
No pasa nada, recapacito, si tengo tiempo...
Sacudo las camas y la moqueta y lo voy poniendo todo a lavar, hasta las telas de la cuna del muñeco, por si acaso.
Ordeno la casa, guardo ropa planchada el día anterior y me ducho. Tengo que salir para comprar varias cosas.
Me pongo un pantalón corto (hasta medio muslo) de Desigual, y una camiseta de tirantes (40 grados a la sombra, por lo menos). Describo el vestuario, que no vendría a cuento de otro modo ( o sí), porque, al llegar a la tienda de la esquina, una señora de unos 80 años de media, le dice al tendero más o menos: anda que si vienen así muchas esta mañana te van a entretener. ¡Si mi madre levantara la cabeza!.
No contenta, insiste y amplifica su disertación, o no dándose cuenta de mi presencia, o , lo más seguro, no importándole lo más mínimo, mientras el tendero no sabe dónde mirar ni qué decirle ( al fin y al cabo, es una clienta y estamos en crisis...).
Yo, sin inmutarme, como me caracteriza en mi vida habitual (sólo mis hijos consiguen mis gritos y desesperación con soltura ), cojo lo que necesito, pago y me voy sin mediar palabra, pero pienso, que si su madre levantara la cabeza, la pobre, se preocuparía bastante de tener una hija tan maleducada.

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