sábado, 19 de noviembre de 2011

Vacaciones en Roma (III y última parte, espero)

Al día siguiente, tras desayunar excesivamente (uno, en casa, se hace un desayuno normalito, y con eso basta; pero en estos sitios con desayuno buffet la gente se transforma (no es que a mí me haya pasado nunca...), como el doctor Hekyll y Mr. Hyde, comiendo huevos revueltos con bacon y salchichas, todo tipo de fiambres con pan, café y té, cereales, varios modelos de bollería, tostadas con mermeladas... saliendo de allí  hacia la habitación, no para lavarse los dientes, como hace creer todo el mundo, sino para tomar algún antiemético y poder aprovechar la mañana en hacer visitas turísticas).
La única ventaja del asunto, es que consigues energías para andar lo que te echen, y subir y bajar lo que haga falta, ayudada por el espíritu de culpa de llevar dos kilos más encima tras la ingesta.
Tras esta breve, pero necesaria introducción, continuamos la trama.
La mañana se empleó en ver el famoso Coliseo, pero como los ricos, con una guía y todo, que nos explicó muchas cosas interesantes, entre ellas, que en la anterior visita de la mañana que había guiado ( un grupo de delegados de no se qué gobierno de otro país), un señor, bien entrado en años, había "plasmado"su nombre con un destornillador en el preciado monumento de la humanidad. También nos indicó que era de lo más habitual que la gente se cortara las uñas con el cortauñas mientras ella hablaba...supongo que la pobre arquitecta estaba harta de aguantar idiotas, por eso debió quedar contenta con nuestro grupo, porque no hicimos nada demasiado raro.
Comimos pasta ( ¿a que no os lo imaginábais?), y por la tarde a la Fontana, también abarrotada de gente como la Plaza de España, y allí nos surgió la duda: ¿era echar una moneda para volver, dos para casarte y tres para divorciarte?, porque yo eché una y he vuelto, pero divorciada y casada de nuevo, por lo que decidimos unánimemente no echar ninguna y dejar en paz el destino.
Como indiqué en el anterior capítulo, no conseguí volver a comer esos deliciosos bocatas de rúcula, y de nuevo cenamos pasta, variando eso sí la salsa ( esta vez fué pesto),volviendo pronto al hotel, para descansar  lo que no podemos nunca, que levantarse a las 7 todos los días del año es enteramente desesperante.
El último día nos fuimos al Foro romano y al Palatino. Servía la entrada del día anterior del Coliseo, y como el avión salía por la tarde, podíamos utilizar toda la mañana en recorrerlo. Lo malo fué ir sin tener idea de lo que veíamos, pero he de agradecerle a mi acompañante las magníficas explicaciones del tipo: ¡ostiá, otra columna!, que me hicieron, sin duda alguna, muy llevadero el recorrido.
Vimos alguna que otra cosa más, y otras muchas nos quedaron, y finalmente regresamos a casa para continuar con nuestra vida normal...

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