martes, 21 de febrero de 2012

Carnaval

Me consta, por diversas fuentes, y no de agua, que determinados grupos sociales, precisan leer algo corto y entretenido, con una frecuencia indeterminada, para olvidarse de muchas cosas (y acordarse de otras, tal vez...), por lo que me esforzaré en relatar la bonita semana de carnavales que hemos disfrutado mis hijos y yo.
Todo comenzó con una señora de cartón, agarrada por cuerdas a una basura, con un sombrero de corsaria y un garfio, que desde el Martes de la semana pasada, indica a los niños qué prenda o artilugio deben llevar incluido en su atuendo al día siguiente, para disfrute personal, y martirio de sus sufridos padres. 
Porque no se trata de cosas que habitualmente uno tenga en casa, y menos multiplicado por tres.
El primer día, la prenda elegida fué una pajarita. Quién no tiene una pajarita en su casa?...Sí, eso es, nadie.
Pero ahí entran los chinos de la esquina, que, poseídos por un conocimiento ancestral, habían, casualmente, traído pajaritas a su local, el día de los hechos.
Vuelta a casa, acelerada, como siempre, con unas pajaritas blancas, algo sosas, a las que les cosimos botones, a la vez que preparábamos la cena, los baños, los uniformes del día siguiente, los deberes de cada uno, atendíamos diversas y reiteradas disputas... Todo ello dando gracias de no trabajar ese día o hacerlo sólo de mañana, para poder abarcarlo todo.
El segundo día, la cosa aumentó de nivel: además de una pajarita, los niños debían llevar una flor, en el pelo o en la ropa.
De nuevo, a la tienda china, porque, aunque parezca lo contrario, no dispongo del tiempo suficiente para hacer ni flores ni pajaritas de, por ejemplo, cartón, ni tengo, en mi domicilio, materiales para ello, ni menos aún, ganas.
De suerte estuve, porque sólo quedaban 6 flores de tela, con pinza de pelo incluída para sujetarlas a diversas ubicaciones, cuatro rojas, una rosa y la otra no recuerdo... 
El caso es que, a pesar de ser bastante femeninas, las compré para no complicarme la existencia, y al mayor, le arranqué las plumas rojas que la adornaban, en mi humilde opinión, en exceso, para que un niño, de momento, niño, la portara con dignidad a pesar de la purpurinización a la que habían sido sometidas...
Por supuesto, además, de nuevo desayunos variados, uniformes del día, circulares firmadas, dineros pagados, para una minifiesta interna de carnaval...
Tercer día: añadir a lo anterior una "cara divertida"... bien, pensé, todavía tengo del año pasado unos colores para pintar en la cara, que si no huelen demasiado a rancio, puedo emplearlos para pintarrajearles, y poder llegar al trabajo, victoriosa de haber conseguido la meta designada.
Cuarto día: un sombrero. Hasta ahora, nadie se ha planteado quién se encarga de decidir los abalorios. ¿Habrá un comité científico para tal empresa? . ¿Terminará pronto la tortura?. Busco por toda la casa sombreros de buenas tallas, susceptibles de desaparecer para siempre (como de hecho ha ocurrido), y además, intento insertarles como sea la flor de marras, porque a ver si no dónde la pongo. ¿Pegada a la pajarita?; ¿en el pelo como proponía la señora corsaria, sin que se vea por culpa del sombrero la segunda de las prendas requeridas?.Sí, sé que son preguntas demasiado difíciles para esta horas, pero conforme se me ocurren las lanzo al vacío ...
Si creíais que todo acababa aquí, estáis grandemente equivocados, porque aún faltan los días grandes del carnaval, uno el Lunes, en que el mayor debía ir disfrazado, por la mañana, con las cuatro piezas, y tras la comida, con un disfraz, elegido libremente, que debía colocarse él solito, tras portarlo durante todo el día junto a su mochila, además de despintarse la cara con toallitas para  pasar de "ser indeterminado de difícil descripción" a "Chino", que, se merecían un homenaje tras haberles suministrado los materiales de los días previos.
Las niñas por el contrario, debían ir disfrazadas al día siguiente, también de un disfraz libre, en este caso de "Chinas", estupendo disfraz, por barato, y por igual para todos, que en mi casa es absolutamente necesario. La individualidad, la dejaremos para cuando se transformen en personas civilizadas, que les queda un rato largo...
Para complicarlo un poco más, en la circular que nos habían repartido en la reunión de padres, indicaba que era el Lunes el día en el que todos se disfrazaban libremente, y, a las 8 de la mañana, tenía madres desorientadas con niños en varias clases, que me llamaban para intentar aclararse con los disfraces, los días, el porqué de sus vidas y qué número de la ONCE iba a salir ...
Ni en los carnavales de Águilas se necesitan tantos disfraces por persona, ni tantos días de dedicación absoluta a la causa.
Por fin, descanso junto a mi Martini imaginario, porque si me lo tomo, no voy a poder acostarme sin consecuencias gástricas.

lunes, 6 de febrero de 2012

Clase de piscina

La clase de piscina, en la que están apuntados  los tres, creo que merece una mención.
El asunto tiene sus ventajas e inconvenientes. Por una parte, hacen un deporte sanísimo (aunque en breve puntualizaré quién de ellos no realiza tal acción), se cansan, duermen sin protestar, queman calorías, se lo pasan bien, (no incluiré la visión de ciertos slips apretados de hombre, de color rojo, porque no se trata de una ventaja común..., al menos para los niños o el padre).
En la zona de la Ruperta, está el tener que llevarlos, cambiarlos ( que no es moco de pavo, teniendo en cuenta la colaboración de los tres individuos, así como el calor que hace en el recinto, de tal modo que si entras de la calle con abrigo, helado, pasas a sudar en breve, incrementando la mala leche que ya de por sí te han  provocado los nenitos, que lejos de ayudar en su vestimenta, la entorpecen a más no poder, se dedican a hacer pipí, enrrollándose en la cortina separadora del meodromo, pisando las meadas de los demás, sin calcetines siquiera, y danzando en pelotas por un pequeño vestuario atiborrado de padres, en dónde sólo se oyen nuestros gritos...).
Tras conseguir equiparlos con el taje de baño, las chanclas, el gorro, las gafas, la toalla, y, una vez dentro, salimos huyendo con la idea de no volver nunca a por ellos.
Entonces, existen dos posibilidades: irnos a tomar algo, o quedarnos allí, viéndolos desde unas cristaleras de un piso superior, habilitadas para que los padres observen, en plan americano, los progresos de sus hijos.
Como no puedo evitarlo, de vez en cuando los espío, y la última clase me encontré con lo siguiente: la pequeña, colabora, juega, se lo pasa bien, incluso se capuza y nada solita un rato, obedeciendo medianamente bien a su profesora.
El mayor, nada, atendiendo, de vez en cuando las indicaciones de su maestro ( el del slip rojo ajustado), sin tener un estilo definido, pero con algo de intención...
La mediana, no sé cómo describirlo... Tras tres años de piscina, es lo más parecido a una boya de mar, inerte, sin interés alguno de escuchar siquiera lo que le dice el maestro una y otra vez, se queda, sistemáticamente, la última de todos los compañeros, se pasa de carril, echándose encima de algún desafortunado padre, que, pagando su mensualidad, pretende nadar tranquilo para relajarse de su cotidiana vida.
Y cuando el profesor, en cuclillas, harto de gesticular con las manos y chillarle indicándole que se mueva, desfallece, aprovecha la tía, para nadar de espaldas, echando agua por la boca igualico que una ballena, mientras el pobre hombre, estupefacto, se rasca la cabeza como los monos, en señal de derrota absoluta.
Tres cuartos de hora después, salen victoriosos, teniendo entonces que vestirlos, que ni os cuento lo que supone para que podáis dormir tranquilos.

domingo, 5 de febrero de 2012

Siete años

Sin haber descansado bien, me he ido al trabajo, pasando bastante frío, lo que tiene una enorme ventaja, porque me procura la vitalidad que me falta para conseguir llegar andando. Aunque una vez allí, me hubiera ido a casa, a acostarme en mi cama, tras un baño con sales aromàticas, y a ser posible un masaje "extractor" de 10 años al menos.
Tras la jornada, esta vez corta, porque sólo era de mañana, de vuelta a casa, a comer una rebanada de pan Bimbo con foiegras, y el caldo restante de un guiso (sí, bastante patético), en el que he decidido mojar algo de pan integral, con el fin de darle algo de consistencia al condumio, acompañada además de mi pequeña, que se ha tirado toda la semana sin ir al cole por tener fiebre, lo cual es difícil de ocultar, con el fin de que la profesora se la coma con patatas, y no nos llame a casa para que vayamos a recogerla. De no existir los termómetros ni el tacto para apreciar el calor, la nenita hubiera ido al cole la primera...
Ingerido el manjar, a la calle, a sacar dinero porque necesitaba ir a una tienda o badulaque, para conseguirle a mi hijo 24 bolsitas con alguna cosa para llevar a clase y, sentirse importante ante sus amigos, aunque , definitivamente, no lo merezca.
En el aula se levanta constantemente de su asiento, interrumpe las explicaciones, solivianta a los demás y se tira al suelo revolcándose , según su maestro "como una croqueta", sin pensar; ni siquiera a sabiendas de los castigos posteriores en clase y fuera de ella.
He llegado a tiempo, y, feliz, porque pensaba que el día de su cumple no podría repartir nada, les ha dado una bolsita a cada uno: incluía un peta-zetas de fresa ( yo llevaba uno de repuesto para mí, por supuesto...), una piruleta de corazón y unos conguitos de chocolate de colores. Algunos niños se han acercado a darme las gracias, y hemos salido de allí victoriosos hacia casa, donde las abuelas habían hecho tres pasteles para que el infante pudiera soplar las velas con sus tíos y abuelos, porque el padre, se hallaba descansando en un lugar costero, de guardia.
Entre sus regalos, el FIFA 2012, que lo ha mantenido inmóvil en el sofá ( creo que se lo voy a prestar a su profesor), aunque no por ello no ha habido lío en casa, con dos hermanas y cuatro primas, la mayor de 8 años la semana que viene.
Ha cumplido feliz sus siete años, y yo me he inflado a tartas, petazetas y conguitos (con una copa de Pedro Ximénez, para no atragantarme), tal vez porque la comida había sido algo deficiente, y porque ante el tumulto, los míos estaban entretenidos, y no se han abalanzado sobre mí, como de costumbre, para que les de lo que intento comer.
Un saludo a mis seguidores (que más bien creo que son seguidoras).