lunes, 6 de febrero de 2012

Clase de piscina

La clase de piscina, en la que están apuntados  los tres, creo que merece una mención.
El asunto tiene sus ventajas e inconvenientes. Por una parte, hacen un deporte sanísimo (aunque en breve puntualizaré quién de ellos no realiza tal acción), se cansan, duermen sin protestar, queman calorías, se lo pasan bien, (no incluiré la visión de ciertos slips apretados de hombre, de color rojo, porque no se trata de una ventaja común..., al menos para los niños o el padre).
En la zona de la Ruperta, está el tener que llevarlos, cambiarlos ( que no es moco de pavo, teniendo en cuenta la colaboración de los tres individuos, así como el calor que hace en el recinto, de tal modo que si entras de la calle con abrigo, helado, pasas a sudar en breve, incrementando la mala leche que ya de por sí te han  provocado los nenitos, que lejos de ayudar en su vestimenta, la entorpecen a más no poder, se dedican a hacer pipí, enrrollándose en la cortina separadora del meodromo, pisando las meadas de los demás, sin calcetines siquiera, y danzando en pelotas por un pequeño vestuario atiborrado de padres, en dónde sólo se oyen nuestros gritos...).
Tras conseguir equiparlos con el taje de baño, las chanclas, el gorro, las gafas, la toalla, y, una vez dentro, salimos huyendo con la idea de no volver nunca a por ellos.
Entonces, existen dos posibilidades: irnos a tomar algo, o quedarnos allí, viéndolos desde unas cristaleras de un piso superior, habilitadas para que los padres observen, en plan americano, los progresos de sus hijos.
Como no puedo evitarlo, de vez en cuando los espío, y la última clase me encontré con lo siguiente: la pequeña, colabora, juega, se lo pasa bien, incluso se capuza y nada solita un rato, obedeciendo medianamente bien a su profesora.
El mayor, nada, atendiendo, de vez en cuando las indicaciones de su maestro ( el del slip rojo ajustado), sin tener un estilo definido, pero con algo de intención...
La mediana, no sé cómo describirlo... Tras tres años de piscina, es lo más parecido a una boya de mar, inerte, sin interés alguno de escuchar siquiera lo que le dice el maestro una y otra vez, se queda, sistemáticamente, la última de todos los compañeros, se pasa de carril, echándose encima de algún desafortunado padre, que, pagando su mensualidad, pretende nadar tranquilo para relajarse de su cotidiana vida.
Y cuando el profesor, en cuclillas, harto de gesticular con las manos y chillarle indicándole que se mueva, desfallece, aprovecha la tía, para nadar de espaldas, echando agua por la boca igualico que una ballena, mientras el pobre hombre, estupefacto, se rasca la cabeza como los monos, en señal de derrota absoluta.
Tres cuartos de hora después, salen victoriosos, teniendo entonces que vestirlos, que ni os cuento lo que supone para que podáis dormir tranquilos.

1 comentario:

  1. La visión de esa cortina enrollada me quita el poco sueño que me queda. Conste que quiero verlos con sus trajecillos de neopreno..

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