miércoles, 7 de noviembre de 2012

Marraquech 1ª entrega.

Nada iba a salir mal esta vez. Nuestro último intento de escapada se truncó con la fractura de antebrazo del mayor, quedándome sin ir a la exposición de Antonio López en Madrid, maravilloso pintor donde los haya. Pero en esta ocasión, llegamos sin conflicto alguno, salvo los habituales, hasta el día de los hechos.
Nos íbamos a Marraquech, a celebrar mi cumpleaños (si acaso cumplir años sea algo que se deba celebrar...).
Los tres abuelos en plena forma (bueno, en plena...aunque sí con muchos años de experiencia a sus espaldas), la mujer que ayuda en casa, contratada para un día de fiesta incluso, y en el otro lado, tres niños de lo más... impetuoso (por si leen el blog de más mayorcicos, no es plan insultarlos de continuo).
Salimos de madrugada, sobre las seis, a pesar de que el avión salía a las doce y media de Madrid (todos sabemos que la hora prevista es orientativa y nos indica que, más o menos, el avión sale un día concreto...).
Pues bien, cuando íbamos por la preciosa  y nunca suficientemente bien loada Tarancón, el Renault Megane, de diez años, decidió empezar a echar humo blanco, sin tratarse de la elección de ningún nuevo Papa, y a chamuscarse, por lo que tomamos la salida al lugar previamente citado y paramos el coche.
Rápidamente, y gracias a nuestro desconocimiento del mundo del motor, llamamos a la asistencia en carretera, que nos decidió mandar a la grúa y un taxi tras explicarles la situación.
Mientras esperábamos, y menos mal, saqué los triángulos, uno de ellos roto, que no se tenía bien de pie, los coloqué en el asfalto, y mi esposo, se embutió en el chalequito reflectante molón, que le quedaba algo pequeño, pero que, por lo menos, no le cortó la respiración.
En ese preciso instante, y mientras yo me fumaba un puro en plan Sarita Montiel, apareció la Benemérita, deseosos de salvar del mal al ser humano. Muy amables, se bajaron del coche, y tras explicarles lo acaecido, decidieron irse sin llegar a mayores, portándose con nosotros de lo más correcto, sin requerirnos documentación alguna.
Me dí cuenta entonces, de que mi marido me había contratado una "multiaventura", y no un viaje convencional, por lo que le dí las gracias enseguida, y quedé expectante en espera de excitantes acontecimientos...
La grúa y el taxi , llegaron en menos de 40 minutos, y conseguimos aparecer en el aeropuerto a la hora adecuada, quedando el coche abandonado a su suerte a 85 km del destino final.
En hora y media estábamos en Marruecos, paseando por las calles como habitantes de la ciudad (bueno, no debíamos parecer tan de la ciudad cuando durante todo el viaje, centenares de bereberes se dedicaron a intentar vendernos collares y pulseras realizados con metales inciertos...).
Al principio, creí que nos atropellarían las bicis, coches y sobre todo cientos de motos que circulaban en todas las direcciones imaginables, sin luces ni por supuesto casco (en Marruecos, parece ser que la costumbre es un pañuelo), y con dos o tres personas por lo menos en cada vehículo.
Pero luego, con el paso de las horas, dejé de esquivarlos, incluso por las aceras, y ví que eran ellos los que sorteaban a las personas con una destreza del todo envidiable.
La plaza principal del pueblo, llena de gente día, tarde y noche, con puestos de comidas, especias, zumos de naranja al momento, encantadores de serpientes (que me vieron el trasero más que la cara, porque salí huyendo nada más percatarme de su mercancía...), titiriteros varios y amigos de lo ajeno, que conformaban un gigantesco y alegre grupo vital.
Continuará...


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