Pendiente de hacer la tercera entrega de mi viaje, limpiando esta mañana el despacho, encontré un relato que escribí en algún hueco de mi vida, con mi letra verdadera (en minúsculas, ininteligible para ningún ser que habite actualmente cualquier planeta conocido, excepto para mí, claro, sería preocupante lo contrario...), y he decidido compartirlo, ya que estamos, para celebrar las mil visitas.
4.45 de la tarde. Suena el timbre. No espero a nadie. Abro la puerta con prisa y pongo cara de ¡oh, no!. Se trata de una testiga (de una religión que no voy a mencionar en este medio) añosa, y su correspondiente "chica reclamo". Les digo que me tengo que ir, que tengo mucha prisa porque me espera mi abogado, y que he abierto la puerta porque ya me iba y veo que se quedan más o menos conformes, llamando a la puerta del vecino, lo que aprovecho para entrar, coger el bolso y salir a la calle para tratar de fingir lo que me he inventado sobre la marcha.
Aunque, ya que estoy en la calle, podría comprar algunas cosas que me faltan. Me dirijo a la tienda, cuando me doy cuenta de que no llevo dinero encima; habrá que pasar por un cajero.
Varío mi recorrido hasta llegar al más próximo. ¡ Qué suerte!, no hay nadie dentro llamando con su móvil (últimamente, los usuarios de teléfonos móviles creen que los cajeros son cabinas para llamar). Marco el número secreto y la máquina se apaga. Se ha ido la luz. ¿Será posible?. ¿Qué hago?. ¿Me voy o me espero?. ¿Hasta cuándo?. Cuando vuelva la luz, puede echar fuera la tarjeta, o quizás, como ya he marcado el número, si me voy, puede entrar alguien y desvalijarme la cuenta. LLamaré por el móvil para anularla. Pero, ¡ si no lo llevo!, malditas prisas por salir de casa hoy...
Decido sentarme fuera, en un banco, vigilando el cajero por si vuelve pronto la luz, pero pasa el rato y nada de nada. Intenta entrar en el cajero una madre con su carricoche, pero la puerta no se abre, la luz sigue cortada. Ahora que me fijo, los semáforos tampoco funcionan, ¡vaya caos automovilístico!.
Vuelvo a mirar hacia el cajero, sigue solitario e inútil, el pobre. Y como era de esperar, oigo un frenazo y ruido de cristales. ¡Dios mio, por qué habré estudiado medicina!. Ahora sí que tendré que abandonar la vigilancia. Me levanto, pero enseguida me calmo porque han salido de los coches y se están insultando: no les ha pasado nada.
Me vuelvo a sentar, todavía tengo palpitaciones pero estoy contenta. Aunque sigo sin saber qué hacer con el puto cajero. Me estoy acordando de los testigos y sus familias.
Se acerca un hombre al cajero, lo intenta con la tarjeta, luego con la libreta y por último, zarandeando la puerta. Por lo menos me voy a reir un rato. Se va mascullando no sé qué... ¡Si usted supiera caballero!.
Me acuerdo entonces de la película de "La cabina", con Jose Luis López Vázquez, encerrado en ella. ¡Qué agobio!.
Esto desde luego no es igual, pero tengo que decidir hasta qué hora me quedo o si hago la noche en el banco. Si al menos pasara alguien conocido que me pudiera ayudar...
Aunque pensándolo bien, la situación puede aceptar también a algún desconocido. Pasa por la calle una muchacha y decido contarle mi tragedia. ¡Qué casualidad!, vive allí mismo y me dice que llame desde su casa, lo que hago inmediatamente y anulo por fin la dichosa tarjeta.
Vuelvo a la calle, creo que he estado demasiado empalagosa con la pobre dándole tantas veces las gracias, la próxima vez que me vea por la calle saldrá huyendo en dirección contraria.
La policía todavía está tomando declaración a las fieras corrupias del coche de antes.
No tengo tarjeta bancaria, no he comprado nada, he perdido la tarde pero, estoy contenta de nuevo. La cosa no ha acabado mal...
No deberías escribir un blog, deberías dedicarte a hacer guiones de películas, algunas cómicas, otras de terror, y alguna dramática. Entre tu vida y la de tu familia cercana ( entre la que me encuentro) tienes para unas cuantas pelis. Y si la peli triunfa estaría mejor pagado que la sanidad española, en la que también me incluyo que en cuestion de pagos es una p... mierda.
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