6.00 AM. Abro los ojos porque oigo que alguien respira a mi lado y allí lo encuentro, de pie, esperando que repare en su presencia: mamá, me he meado.
Acto seguido, y sin haberme conseguido despertar, comienza su discurso sin yo pedírselo: ¡Así es la vida!, unos se mean y otros no, unos tosen y otros no... yo, todavía dormida, sigo escuchando una disertación, que me hace dudar de si es que Felipe González se ha metido en mi habitación.
Me levanto y vamos a por otro pijama, y le dejo que se acueste conmigo en un intento fallido de volver a dormirnos, porque, en seguida se suman a la fiesta otros dos cuerpos que quieren ya desayunar.
Ha empezado el día, no importa si es Martes o Domingo, si tengo guardia o no trabajo...o si es mi aniversario,( en el que estábamos tan agotados que lo celebramos comiendo un bocata en el bar de la esquina y cenando con las pirañas en el Burger). Muy atrás quedaron los tiempos del glamour.
Tras un opíparo desayuno, transcurre una mañana para regalársela a alguien que os caiga realmente mal, y que acaba con el siguiente saldo: la mediana con la cara señalada de un arañazo y un tortazo que le ha propinado su amada hermana, el mayor, con los dedos negros de haber estado tocando petardos explotados del suelo, la pequeña, con un pellejo del dedo corazón de la mano arrancado, probablemente, en un acto de venganza sublime, por la mediana, utilizando la caja metálica donde guardo lo que queda de los colores que les compré para hacer los deberes ( porque, por supuesto, la mitad están sin punta, mordidos...).
El peluche que se han empeñado en sacar a la calle, regresa tras haber sido impunemente arrastrado sobre la meada de un perro (ya está en la lavadora, tranquilos...). Y la madre, en este caso, yo, vuelve con la idea de abrir la puerta, meterlos dentro, cerrar con llave y salir corriendo para no volver mientras quede crédito en las tarjetas del mes.
Como compensación, la pequeña se tira todo el día detrás mía como un pato del mercadillo, diciéndome: guapa, yo te amoro. La mediana se abalanza sobre mí con sus kilos compactos para que la coja en brazos, haciéndome creer , de vez en cuando, que me echa de menos, y el mayor me suele decir que soy la mejor madre que ha tenido, ( básicamente, soy la mejor y también la única).
La tarde, suele ser mucho peor, porque, sin siesta, están, si es posible, algo más descentrados, cometiendo todas las tropelías posibles dentro y fuera de casa, motivadas por una máxima: siempre desobedecer sin parar, y no cesar en el intento de impedir que exista el silencio en el mundo que les rodea (ni por supuesto la paz ni la concordia que propone nuestro monarca en sus mensajes navideños).
Para rematar, en la cocina no puede haber comida al alcance de ninguno de ellos, ni en ningún bote que puedan abrir, o acceder a él subiéndose a una silla, porque desaparecería de manera inexplicable.
De tal modo, que el mejor momento del día es cuando se quedan dormidos, con rostros más angelicales que los de los propios ángeles de las mejores pinacotecas mundiales.
Animo desde aquí a todos aquellos que no tengan hijos, a que los tengan con parejas estériles. Buenas noches.
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