Hoy había que pagar una excursión que se realizará en Enero , y una merendola para después de la actuación de las pastoras y pastores, este Viernes, pero yo no tenía dinero (para variar), y no quería que pasara más tiempo sin saldar mis deudas, porque además , las madres recolectoras se acercan a mi marido y éste las espanta sin impunidad alguna, haciéndome quedar mal, porque a ver cómo les explico que yo no tengo nada que ver con ese señor, salvo, eso sí, tres truhanes infantiles. Además, hasta dentro de tres días, no los vuelvo a llevar yo al cole, por lo que me he vestido escopetada y he salido a la calle, aún a riesgo de helarme, porque mira que hacía frío a las ocho, a atracar un poco más mi cuenta bancaria, asegurándome al menos, que los billetes que me ha suministrado el cajero electrónico no son de esos falsificados que circulan por la ciudad, como han comentado en el telediario.
Conforme entraba por la puerta, mi querido hijo, había pintado un trazo lineal con bolígrafo, de unos 3-4 centímetros en el polo blanco del colegio de su hermana siguiente (no se lo he cambiado, porque debajo del jersey no se ve, y porque estoy de lavar y guardar ropa hasta...). Su abuela lo había castigado, y , al verme, ha intentado excusarse con una patraña de lo más bien construida, a lo que le he dicho que estaba castigado, como le había dicho la abuela, y el niño ha respondido: "¡otra que no me entiende, pues me voy a ir de casa!".
Supongo que si me dice lo mismo con catorce años, no me gustarà tanto, pero, de momento, semejantes afirmaciones son recibidas con una sonrisa oculta.
Con la dificultad habitual, hemos conseguido salir a la calle para dirigirnos al colegio, decidiendo la pequeña que quería que le cantase la canción de los tres cerditos, pero sólo yo, de modo que si su hermana intentaba cantarla, ardía en llantos desconsolados. Tras una lucha titànica para que no cantase nadie más que yo, he observado que mientras cantaba yo sola, para complacer a lo que su padre denomina mi mini-yo (creo que, por lo inquebrantable de su caràcter) la nena miraba por detrás mía para ver si su hermana cantaba y así poder llorar, que era lo que realmente le interesaba...
Por fin en el cole, he podido repartir la baraja entera, no dejando ni el comodín, entrando, cada vez que los descargo, en un estado de relajación similar a lo que deben sentir los tibetanos paseando por sus montañas.
Es que a Cesar no lo entendeissssss..
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