Estaríamos cenando con unos amigos, si no fuera por lo mucho que apreciamos estar en casa, con los tres durmiendo placenteramente en sus camas.
Antes de ayer, ya tuvimos bastante con un intento de quedar en el centro comercial con varias parejas, todas con hijos. Parecíamos sacados de un manicomio. Sin hablarnos casi, unos cogían unos cuantos niños y los montaban en atracciones de euro, mientras otros se llevaban al cuarto de baño a aquellos que deseaban defecar u orinar con premura, y otras ibamos a una tienda donde hay un miniparque de bolas gratis, y allí se meten un rato para poder al menos charlar cinco minutos. Tuvimos que esperar, eso sí, a que la empleada adecentara el cubículo colorido, porque una nena había tenido a bien mearse en su ropa y medio parque.
La mitad de las veces no sabía dónde estaban mis hijos. Perdí mi móvil, y resulta que lo había dejado, voluntariamente, en la mesa de la cafetería en la que hicimos un intento de tomar café. Algunas de las parejas fueron desapareciendo sin que me pudiera ni despedir, y al fin, tras 15 minutos de cola, dejamos a los infantes a colorear gratis una hora (por los pelos, porque sólo caben 25 niños y cuando una de las gemelas que regentan el garito nos vió, debió pensar: madre mía, otra vez estos, pero se compadeció y nos dejó entrar los penúltimos).
Una hora de descanso al fin, y a recorrer tiendas a lo loco (últimamente, si me gusta algo lo cojo, y ni siquiera me lo pruebo. No hay tiempo, y hay que optimizar...), y a actualizarnos de lo que ocurre de año en año, que es lo que podemos vernos en nuestras circunstancias .
Aunque lo mejor del día ya había acontecido a primera hora de la mañana: habíamos encontrado a la mediana durmiendo en el suelo del cuarto de baño. Eso sí, con la bata puesta, no creáis, lo que atenuó en un pequeño porcentaje su delito. Debió levantarse a hacer pis, y hasta se limpió y todo, pero lo que pasó después por ese cerebro, para decidir que ese era el mejor sitio para proseguir durmiendo, es una auténtica incógnita . No conseguí que me diera ninguna explicación lógica, ni tampoco lo contrario. Os invito a hacer las hipótesis oportunas , aunque lo más razonable en ella es pensar que fué porque le dió la gana.
No es la primera vez que busca, de noche, lugares sofisticados donde dormir. Hace unos meses, cuando su padre, al despertarse, puso los pies en la alfombra nueva, pisó algo molloso y era ella, que almohada y todo, se había trasladado , no sabemos a qué hora de la noche, a ese nuevo emplazamiento.
Tal vez nos remontemos a algún tipo de antepasado, quizá de hace miles de años, y se trate de un caso de "memoria genética".
Como consuelo, al menos, es sólo un caso de tres, en esta nueva actividad nocturna.
viernes, 30 de diciembre de 2011
Hogar, dulce hogar
Estaríamos cenando con unos amigos, si no fuera por lo mucho que apreciamos estar en casa, con los tres durmiendo placenteramente en sus camas.
Antes de ayer, ya tuvimos bastante con un intento de quedar en el centro comercial con varios amigos, todos con hijos. Parecíamos sacados de un manicomio. Sin hablarnos casi, unos cogían unos cuantos niños y los montaban en atracciones de euro, mientras otros se llevaban al cuarto de baño a aquellos que deseaban defecar u orinar con premura, y otras ibamos a una tienda donde hay un miniparque de bolas gratis, y allí se meten un rato para poder al menos charlar cinco minutos. Tuvimos que esperar, eso sí, a que la empleada adecentara el cubículo colorido, porque una nena había tenido a bien mearse en su ropa y medio parque.
La mitad de las veces no sabía dónde estaban mis hijos. Perdí mi móvil, y resulta que lo había dejado, voluntariamente, en la mesa de la cafetería en la que hicimos un intento de tomar café. Algunas de las parejas fueron desapareciendo sin que me pudiera ni despedir, y al fin, tras 15 minutos de cola, dejamos a los infantes a colorear gratis una hora (por los pelos, porque sólo caben 25 niños y cuando una de las gemelas que regentan el garito nos vió debió pensar: madre mía, otra vez estos, pero se compadeció y nos dejó entrar los penúltimos).
Una hora de descanso al fin, y a recorrer tiendas a lo loco (últimamente, si me gusta algo lo cojo, y ni siquiera me lo pruebo. No hay tiempo, y hay que optimizar...), y a actualizarnos de lo que ocurre de año en año, que es lo que podemos vernos en nuestras circunstancias .
Aunque lo mejor del día ya había acontecido a primera hora de la mañana: habíamos encontrado a la mediana durmiendo en el suelo del cuarto de baño. Eso sí, con la bata puesta, no creáis, lo que atenuó en un pequeño porcentaje su delito. Debió levantarse a hacer pis, y hasta se limpió y todo, pero lo que pasó después por ese cerebro, para decidir que ese era el mejor sitio para proseguir durmiendo, es una auténtica incógnita . No conseguí que me diera ninguna explicación lógica, ni tampoco lo contrario. Os invito a hacer las hipótesis oportunas , aunque lo más razonable en ella es pensar que fué porque le dió la gana.
No es la primera vez que busca, de noche, lugares sofisticados donde dormir. Hace unos meses, cuando su padre puso los pies en la alfombra nueva, pisó algo molloso y era ella, que almohada y todo, se había trasladado , no sabemos a qué hora de la noche, a ese nuevo emplazamiento.
Tal vez nos remontemos a algún tipo de antepasado árabe o español, quizá de hace miles de años
Antes de ayer, ya tuvimos bastante con un intento de quedar en el centro comercial con varios amigos, todos con hijos. Parecíamos sacados de un manicomio. Sin hablarnos casi, unos cogían unos cuantos niños y los montaban en atracciones de euro, mientras otros se llevaban al cuarto de baño a aquellos que deseaban defecar u orinar con premura, y otras ibamos a una tienda donde hay un miniparque de bolas gratis, y allí se meten un rato para poder al menos charlar cinco minutos. Tuvimos que esperar, eso sí, a que la empleada adecentara el cubículo colorido, porque una nena había tenido a bien mearse en su ropa y medio parque.
La mitad de las veces no sabía dónde estaban mis hijos. Perdí mi móvil, y resulta que lo había dejado, voluntariamente, en la mesa de la cafetería en la que hicimos un intento de tomar café. Algunas de las parejas fueron desapareciendo sin que me pudiera ni despedir, y al fin, tras 15 minutos de cola, dejamos a los infantes a colorear gratis una hora (por los pelos, porque sólo caben 25 niños y cuando una de las gemelas que regentan el garito nos vió debió pensar: madre mía, otra vez estos, pero se compadeció y nos dejó entrar los penúltimos).
Una hora de descanso al fin, y a recorrer tiendas a lo loco (últimamente, si me gusta algo lo cojo, y ni siquiera me lo pruebo. No hay tiempo, y hay que optimizar...), y a actualizarnos de lo que ocurre de año en año, que es lo que podemos vernos en nuestras circunstancias .
Aunque lo mejor del día ya había acontecido a primera hora de la mañana: habíamos encontrado a la mediana durmiendo en el suelo del cuarto de baño. Eso sí, con la bata puesta, no creáis, lo que atenuó en un pequeño porcentaje su delito. Debió levantarse a hacer pis, y hasta se limpió y todo, pero lo que pasó después por ese cerebro, para decidir que ese era el mejor sitio para proseguir durmiendo, es una auténtica incógnita . No conseguí que me diera ninguna explicación lógica, ni tampoco lo contrario. Os invito a hacer las hipótesis oportunas , aunque lo más razonable en ella es pensar que fué porque le dió la gana.
No es la primera vez que busca, de noche, lugares sofisticados donde dormir. Hace unos meses, cuando su padre puso los pies en la alfombra nueva, pisó algo molloso y era ella, que almohada y todo, se había trasladado , no sabemos a qué hora de la noche, a ese nuevo emplazamiento.
Tal vez nos remontemos a algún tipo de antepasado árabe o español, quizá de hace miles de años
lunes, 26 de diciembre de 2011
Así es la vida.
6.00 AM. Abro los ojos porque oigo que alguien respira a mi lado y allí lo encuentro, de pie, esperando que repare en su presencia: mamá, me he meado.
Acto seguido, y sin haberme conseguido despertar, comienza su discurso sin yo pedírselo: ¡Así es la vida!, unos se mean y otros no, unos tosen y otros no... yo, todavía dormida, sigo escuchando una disertación, que me hace dudar de si es que Felipe González se ha metido en mi habitación.
Me levanto y vamos a por otro pijama, y le dejo que se acueste conmigo en un intento fallido de volver a dormirnos, porque, en seguida se suman a la fiesta otros dos cuerpos que quieren ya desayunar.
Ha empezado el día, no importa si es Martes o Domingo, si tengo guardia o no trabajo...o si es mi aniversario,( en el que estábamos tan agotados que lo celebramos comiendo un bocata en el bar de la esquina y cenando con las pirañas en el Burger). Muy atrás quedaron los tiempos del glamour.
Tras un opíparo desayuno, transcurre una mañana para regalársela a alguien que os caiga realmente mal, y que acaba con el siguiente saldo: la mediana con la cara señalada de un arañazo y un tortazo que le ha propinado su amada hermana, el mayor, con los dedos negros de haber estado tocando petardos explotados del suelo, la pequeña, con un pellejo del dedo corazón de la mano arrancado, probablemente, en un acto de venganza sublime, por la mediana, utilizando la caja metálica donde guardo lo que queda de los colores que les compré para hacer los deberes ( porque, por supuesto, la mitad están sin punta, mordidos...).
El peluche que se han empeñado en sacar a la calle, regresa tras haber sido impunemente arrastrado sobre la meada de un perro (ya está en la lavadora, tranquilos...). Y la madre, en este caso, yo, vuelve con la idea de abrir la puerta, meterlos dentro, cerrar con llave y salir corriendo para no volver mientras quede crédito en las tarjetas del mes.
Como compensación, la pequeña se tira todo el día detrás mía como un pato del mercadillo, diciéndome: guapa, yo te amoro. La mediana se abalanza sobre mí con sus kilos compactos para que la coja en brazos, haciéndome creer , de vez en cuando, que me echa de menos, y el mayor me suele decir que soy la mejor madre que ha tenido, ( básicamente, soy la mejor y también la única).
La tarde, suele ser mucho peor, porque, sin siesta, están, si es posible, algo más descentrados, cometiendo todas las tropelías posibles dentro y fuera de casa, motivadas por una máxima: siempre desobedecer sin parar, y no cesar en el intento de impedir que exista el silencio en el mundo que les rodea (ni por supuesto la paz ni la concordia que propone nuestro monarca en sus mensajes navideños).
Para rematar, en la cocina no puede haber comida al alcance de ninguno de ellos, ni en ningún bote que puedan abrir, o acceder a él subiéndose a una silla, porque desaparecería de manera inexplicable.
De tal modo, que el mejor momento del día es cuando se quedan dormidos, con rostros más angelicales que los de los propios ángeles de las mejores pinacotecas mundiales.
Animo desde aquí a todos aquellos que no tengan hijos, a que los tengan con parejas estériles. Buenas noches.
Acto seguido, y sin haberme conseguido despertar, comienza su discurso sin yo pedírselo: ¡Así es la vida!, unos se mean y otros no, unos tosen y otros no... yo, todavía dormida, sigo escuchando una disertación, que me hace dudar de si es que Felipe González se ha metido en mi habitación.
Me levanto y vamos a por otro pijama, y le dejo que se acueste conmigo en un intento fallido de volver a dormirnos, porque, en seguida se suman a la fiesta otros dos cuerpos que quieren ya desayunar.
Ha empezado el día, no importa si es Martes o Domingo, si tengo guardia o no trabajo...o si es mi aniversario,( en el que estábamos tan agotados que lo celebramos comiendo un bocata en el bar de la esquina y cenando con las pirañas en el Burger). Muy atrás quedaron los tiempos del glamour.
Tras un opíparo desayuno, transcurre una mañana para regalársela a alguien que os caiga realmente mal, y que acaba con el siguiente saldo: la mediana con la cara señalada de un arañazo y un tortazo que le ha propinado su amada hermana, el mayor, con los dedos negros de haber estado tocando petardos explotados del suelo, la pequeña, con un pellejo del dedo corazón de la mano arrancado, probablemente, en un acto de venganza sublime, por la mediana, utilizando la caja metálica donde guardo lo que queda de los colores que les compré para hacer los deberes ( porque, por supuesto, la mitad están sin punta, mordidos...).
El peluche que se han empeñado en sacar a la calle, regresa tras haber sido impunemente arrastrado sobre la meada de un perro (ya está en la lavadora, tranquilos...). Y la madre, en este caso, yo, vuelve con la idea de abrir la puerta, meterlos dentro, cerrar con llave y salir corriendo para no volver mientras quede crédito en las tarjetas del mes.
Como compensación, la pequeña se tira todo el día detrás mía como un pato del mercadillo, diciéndome: guapa, yo te amoro. La mediana se abalanza sobre mí con sus kilos compactos para que la coja en brazos, haciéndome creer , de vez en cuando, que me echa de menos, y el mayor me suele decir que soy la mejor madre que ha tenido, ( básicamente, soy la mejor y también la única).
La tarde, suele ser mucho peor, porque, sin siesta, están, si es posible, algo más descentrados, cometiendo todas las tropelías posibles dentro y fuera de casa, motivadas por una máxima: siempre desobedecer sin parar, y no cesar en el intento de impedir que exista el silencio en el mundo que les rodea (ni por supuesto la paz ni la concordia que propone nuestro monarca en sus mensajes navideños).
Para rematar, en la cocina no puede haber comida al alcance de ninguno de ellos, ni en ningún bote que puedan abrir, o acceder a él subiéndose a una silla, porque desaparecería de manera inexplicable.
De tal modo, que el mejor momento del día es cuando se quedan dormidos, con rostros más angelicales que los de los propios ángeles de las mejores pinacotecas mundiales.
Animo desde aquí a todos aquellos que no tengan hijos, a que los tengan con parejas estériles. Buenas noches.
viernes, 16 de diciembre de 2011
Empiezan las fiestas
Sí, estamos en época de fiestas. La gente sale de comidas y cenas de trabajo ( yo no, claro), y en el cole, a partir de ahora todo son eventos.
Hoy tocaba la esperada función de la mediana, para lo cual habíamos lavado y planchado su disfraz con esmero, ampliando su abuela la talla con unos trozos de tela, con objeto de que los disfraces les sirvan eternamente...
Con la comida en la boca, he entrado en casa justa de horario, he cogido el disfraz, y me he dirigido hacia el colegio. La niña le había preguntado a la profe en varias ocasiones que cuándo venía su mamá, pidiéndole que me llamara por teléfono, porque según parece, estaba nerviosa.
La he disfrazado de pastorcilla, y se ha colocado en medio del corro,( ella y un compañero eran los presentadores), indicándonos a todos que guardáramos silencio.
Ha realizado correctamente la introducción, y ha dicho volviendo al corro: ¡a sus puestos!, dando inicio al villancico, que ha cantado y bailado con gran gallardía.
La celebración ha seguido con una merienda que las madres habíamos pagado para las niñas. Se ha sentado presidiendo la mesa, después de que muchos padres me felicitaran por lo bien y graciosa que había estado, y, sin importarle haberme despertado esta noche en varias ocasiones, para despojarse de bastantes deposiciones pastosas y malolientes, ha comenzado a comer todo lo habido y por haber, y he tenido que sacarla a rastras, con la excusa de recoger también a los hermanos. Por supuesto, no ha cenado, además de portarse bastante mal el resto de la tarde.
Pero aquí no acaba todo, señoras y señores. Cuando estaba esperando el inicio de la función, se me ha acercado una madre, que tiene como yo, hijos en distintas aulas y me ha dicho que dónde era al final el cumpleaños de mi hijo, porque en las tarjetas de invitación no les había quedado claro a ella ni a las otras madres si era en mi casa. A lo que le he respondido que no sabía de lo que me estaba hablando, y que me trajera el Lunes la tarjeta, para enseñársela a su padre ( que está en un curso desde el Miércoles, y sobre el que no me voy a pronunciar aquí), porque creo que el niño no va a jugar a la play en varias décadas.
Por último, la pequeña, se ha dedicado a llorar indistintamente por todo lo que le ha parecido, entre otras cosas, porque se quería bañar la última por sus.... No me ha dejado cenar, pidiéndome de todo a pesar de estar ya cenada. Ha desobedecido, ha saltado en el sofá, se ha paseado descalza por toda la casa...
Me ha desesperado de tal modo, que me he subido a mi habitación a tomarme la leche, que siempre es mejor que salir en los sucesos del periódico.
Y aquí estoy, que no sé si acostarme porque en cuanto lo haga, alguien toserá, otras soñarán, y querrán hacer pis después, otros se mearán... y mañana iré a la guardia con el interruptor en modo off.
Por lo menos, he aprovechado el 30% de descuento de Oysho.
Hoy tocaba la esperada función de la mediana, para lo cual habíamos lavado y planchado su disfraz con esmero, ampliando su abuela la talla con unos trozos de tela, con objeto de que los disfraces les sirvan eternamente...
Con la comida en la boca, he entrado en casa justa de horario, he cogido el disfraz, y me he dirigido hacia el colegio. La niña le había preguntado a la profe en varias ocasiones que cuándo venía su mamá, pidiéndole que me llamara por teléfono, porque según parece, estaba nerviosa.
La he disfrazado de pastorcilla, y se ha colocado en medio del corro,( ella y un compañero eran los presentadores), indicándonos a todos que guardáramos silencio.
Ha realizado correctamente la introducción, y ha dicho volviendo al corro: ¡a sus puestos!, dando inicio al villancico, que ha cantado y bailado con gran gallardía.
La celebración ha seguido con una merienda que las madres habíamos pagado para las niñas. Se ha sentado presidiendo la mesa, después de que muchos padres me felicitaran por lo bien y graciosa que había estado, y, sin importarle haberme despertado esta noche en varias ocasiones, para despojarse de bastantes deposiciones pastosas y malolientes, ha comenzado a comer todo lo habido y por haber, y he tenido que sacarla a rastras, con la excusa de recoger también a los hermanos. Por supuesto, no ha cenado, además de portarse bastante mal el resto de la tarde.
Pero aquí no acaba todo, señoras y señores. Cuando estaba esperando el inicio de la función, se me ha acercado una madre, que tiene como yo, hijos en distintas aulas y me ha dicho que dónde era al final el cumpleaños de mi hijo, porque en las tarjetas de invitación no les había quedado claro a ella ni a las otras madres si era en mi casa. A lo que le he respondido que no sabía de lo que me estaba hablando, y que me trajera el Lunes la tarjeta, para enseñársela a su padre ( que está en un curso desde el Miércoles, y sobre el que no me voy a pronunciar aquí), porque creo que el niño no va a jugar a la play en varias décadas.
Por último, la pequeña, se ha dedicado a llorar indistintamente por todo lo que le ha parecido, entre otras cosas, porque se quería bañar la última por sus.... No me ha dejado cenar, pidiéndome de todo a pesar de estar ya cenada. Ha desobedecido, ha saltado en el sofá, se ha paseado descalza por toda la casa...
Me ha desesperado de tal modo, que me he subido a mi habitación a tomarme la leche, que siempre es mejor que salir en los sucesos del periódico.
Y aquí estoy, que no sé si acostarme porque en cuanto lo haga, alguien toserá, otras soñarán, y querrán hacer pis después, otros se mearán... y mañana iré a la guardia con el interruptor en modo off.
Por lo menos, he aprovechado el 30% de descuento de Oysho.
miércoles, 14 de diciembre de 2011
Un día más
Hoy había que pagar una excursión que se realizará en Enero , y una merendola para después de la actuación de las pastoras y pastores, este Viernes, pero yo no tenía dinero (para variar), y no quería que pasara más tiempo sin saldar mis deudas, porque además , las madres recolectoras se acercan a mi marido y éste las espanta sin impunidad alguna, haciéndome quedar mal, porque a ver cómo les explico que yo no tengo nada que ver con ese señor, salvo, eso sí, tres truhanes infantiles. Además, hasta dentro de tres días, no los vuelvo a llevar yo al cole, por lo que me he vestido escopetada y he salido a la calle, aún a riesgo de helarme, porque mira que hacía frío a las ocho, a atracar un poco más mi cuenta bancaria, asegurándome al menos, que los billetes que me ha suministrado el cajero electrónico no son de esos falsificados que circulan por la ciudad, como han comentado en el telediario.
Conforme entraba por la puerta, mi querido hijo, había pintado un trazo lineal con bolígrafo, de unos 3-4 centímetros en el polo blanco del colegio de su hermana siguiente (no se lo he cambiado, porque debajo del jersey no se ve, y porque estoy de lavar y guardar ropa hasta...). Su abuela lo había castigado, y , al verme, ha intentado excusarse con una patraña de lo más bien construida, a lo que le he dicho que estaba castigado, como le había dicho la abuela, y el niño ha respondido: "¡otra que no me entiende, pues me voy a ir de casa!".
Supongo que si me dice lo mismo con catorce años, no me gustarà tanto, pero, de momento, semejantes afirmaciones son recibidas con una sonrisa oculta.
Con la dificultad habitual, hemos conseguido salir a la calle para dirigirnos al colegio, decidiendo la pequeña que quería que le cantase la canción de los tres cerditos, pero sólo yo, de modo que si su hermana intentaba cantarla, ardía en llantos desconsolados. Tras una lucha titànica para que no cantase nadie más que yo, he observado que mientras cantaba yo sola, para complacer a lo que su padre denomina mi mini-yo (creo que, por lo inquebrantable de su caràcter) la nena miraba por detrás mía para ver si su hermana cantaba y así poder llorar, que era lo que realmente le interesaba...
Por fin en el cole, he podido repartir la baraja entera, no dejando ni el comodín, entrando, cada vez que los descargo, en un estado de relajación similar a lo que deben sentir los tibetanos paseando por sus montañas.
Conforme entraba por la puerta, mi querido hijo, había pintado un trazo lineal con bolígrafo, de unos 3-4 centímetros en el polo blanco del colegio de su hermana siguiente (no se lo he cambiado, porque debajo del jersey no se ve, y porque estoy de lavar y guardar ropa hasta...). Su abuela lo había castigado, y , al verme, ha intentado excusarse con una patraña de lo más bien construida, a lo que le he dicho que estaba castigado, como le había dicho la abuela, y el niño ha respondido: "¡otra que no me entiende, pues me voy a ir de casa!".
Supongo que si me dice lo mismo con catorce años, no me gustarà tanto, pero, de momento, semejantes afirmaciones son recibidas con una sonrisa oculta.
Con la dificultad habitual, hemos conseguido salir a la calle para dirigirnos al colegio, decidiendo la pequeña que quería que le cantase la canción de los tres cerditos, pero sólo yo, de modo que si su hermana intentaba cantarla, ardía en llantos desconsolados. Tras una lucha titànica para que no cantase nadie más que yo, he observado que mientras cantaba yo sola, para complacer a lo que su padre denomina mi mini-yo (creo que, por lo inquebrantable de su caràcter) la nena miraba por detrás mía para ver si su hermana cantaba y así poder llorar, que era lo que realmente le interesaba...
Por fin en el cole, he podido repartir la baraja entera, no dejando ni el comodín, entrando, cada vez que los descargo, en un estado de relajación similar a lo que deben sentir los tibetanos paseando por sus montañas.
lunes, 12 de diciembre de 2011
Sin cenar
Es lo que sucede cuando, después de merendar un vaso de leche con Colacao y medio Donut de chocolate, una persona de cinco años, del sexo femenino, se dedica a merodear, cual buitre leonado, alrededor de una rodaja de chorizo pisoteada en el suelo, hasta cogerla y metérsela en la boca.
Y si bien ha negado que pretendiera comérsela, con el objeto de evitar el castigo paterno, ésto no ha ocurrido finalmente por las corteses indicaciones de que escupiera de inmediato dicho material.
Este tipo de actividad, tan extendida entre mis hijos, debe obedecer, sin duda alguna, a material genético heredado de algunos antecesores, los cuales habrá que descubrir. Tal vez anden por Palestina, porque yo no recuerdo haber comido nunca del suelo.
Ya el hermano mayor , en su momento despuntó a sus tiernos tres añitos, bebiendo agua de los charcos en el cole, aprovechando la paja del zumo de melocotón que mami le ponía para almorzar, para, a continuación, rebuscar en la basura de la clase y comer todos los restos encontrados, así como por supuesto, también ingerir hallazgos del preciado suelo, que tanta inmunización produce, mucho mejor , desde luego, que la leche materna.
La pequeña, de momento, está en espera de actuar, aunque apunte maneras por las mañanas, cuando los tres repasan con el dedo, los restos de aceite del plato de la tostada, y las migajas que caen sobre la mesa. Si hablamos de Nocilla, miel o mermelada, el asunto se torna en disputa.
El lavavajillas lo agradece. Los platos de los niños sólo necesitarían un pequeño enjuague...
El tema es que la nena se ha quedado sin cenar por marrana y por atentar contra su salud intestinal.
Lo ha aceptado con resignación, e incluso se ha sentado en la mesa, con los demás, indicando que ella no iba a cenar, para que no quedara duda. Aunque finalmente, el fiero león de la selva, le ha puesto una manzana a pedazos, incumpliendo las normativas estipuladas en los manuales, y quedando a expensas de recibir sanción de la Supernanny.
Lo cierto y verdad, es que si se ha de castigar con algo que moleste, ha de ser con comida, que es lo único que les apasiona a los interfectos, porque lo de vivir en la escalera creo que hasta les gusta.
Por otro lado, una manzana es lo que deberíamos cenar todos habitualmente, y nos iría mucho mejor.
Y si bien ha negado que pretendiera comérsela, con el objeto de evitar el castigo paterno, ésto no ha ocurrido finalmente por las corteses indicaciones de que escupiera de inmediato dicho material.
Este tipo de actividad, tan extendida entre mis hijos, debe obedecer, sin duda alguna, a material genético heredado de algunos antecesores, los cuales habrá que descubrir. Tal vez anden por Palestina, porque yo no recuerdo haber comido nunca del suelo.
Ya el hermano mayor , en su momento despuntó a sus tiernos tres añitos, bebiendo agua de los charcos en el cole, aprovechando la paja del zumo de melocotón que mami le ponía para almorzar, para, a continuación, rebuscar en la basura de la clase y comer todos los restos encontrados, así como por supuesto, también ingerir hallazgos del preciado suelo, que tanta inmunización produce, mucho mejor , desde luego, que la leche materna.
La pequeña, de momento, está en espera de actuar, aunque apunte maneras por las mañanas, cuando los tres repasan con el dedo, los restos de aceite del plato de la tostada, y las migajas que caen sobre la mesa. Si hablamos de Nocilla, miel o mermelada, el asunto se torna en disputa.
El lavavajillas lo agradece. Los platos de los niños sólo necesitarían un pequeño enjuague...
El tema es que la nena se ha quedado sin cenar por marrana y por atentar contra su salud intestinal.
Lo ha aceptado con resignación, e incluso se ha sentado en la mesa, con los demás, indicando que ella no iba a cenar, para que no quedara duda. Aunque finalmente, el fiero león de la selva, le ha puesto una manzana a pedazos, incumpliendo las normativas estipuladas en los manuales, y quedando a expensas de recibir sanción de la Supernanny.
Lo cierto y verdad, es que si se ha de castigar con algo que moleste, ha de ser con comida, que es lo único que les apasiona a los interfectos, porque lo de vivir en la escalera creo que hasta les gusta.
Por otro lado, una manzana es lo que deberíamos cenar todos habitualmente, y nos iría mucho mejor.
jueves, 8 de diciembre de 2011
Navidad, Navidad... Dulce Navidad...
Como la idea de los niños en casa día y noche durante diecisiete días seguidos más una tarde es demasiado brusca; el gobierno y la iglesia han inventado varias fiestas para las semanas previas al hecho, con el fin de que los sufridos padres nos vayamos acostumbrando al fatal acontecimiento: las vacaciones navideñas.
Pero ahí no queda la cosa; no contentos los educadores con librarse de ellos tantísimos segundos y minutos, programan, como fin de fiesta, varios eventos a realizar por los niños diferentes días, a diferentes horas, y lo peor: en diferentes sitios. Tantos, como hijos y actividades extra escolares disfruten a lo largo del año, de manera que en mi caso tengo, por lo menos, seis citas a las que probablemente no pueda ir, sin contar con los múltiples cumpleaños a los que nos vemos sometidos cada mes, (motivo por el cual he decidido unánimemente no ir a ninguno más, porque mi vida propia tiene algo de valor todavía).
Para coordinar nuestros turnos de trabajo con tantas actuaciones, incluyendo, ya que estamos, las comidas navideñas laborales, se necesitaría un comité de sabios de la antigua Grecia, pero me temo que ya se murieron todos en su momento y no van a poder ayudarnos...
Por supuesto, la ropa solicitada para cada actuación no debe ser motivo de olvido, porque requiere su propio capítulo. El año pasado, mi nena tenía que ir de "interrogante". No, no me he equivocado, eso he dicho. Se trata de un disfraz navideño por todos conocido, muy popular. ¿Quién ha ido a una fiesta navideña donde no hubiera una interrogante?.
Por supuesto, las abuelas y la madre estàn por encima del bien y del mal y podemos hacer cualquier disfraz, por muy retorcido que sea, para que los niños vayan adecuados a los requerimientos.
Este año tengo oídas de normalidad : pastorcilla y angelita roquera, por lo que voy buscando un cartón para la guitarra del ángel. Se lo pediré a mi amigo el indigente...
Pero ahí no queda la cosa; no contentos los educadores con librarse de ellos tantísimos segundos y minutos, programan, como fin de fiesta, varios eventos a realizar por los niños diferentes días, a diferentes horas, y lo peor: en diferentes sitios. Tantos, como hijos y actividades extra escolares disfruten a lo largo del año, de manera que en mi caso tengo, por lo menos, seis citas a las que probablemente no pueda ir, sin contar con los múltiples cumpleaños a los que nos vemos sometidos cada mes, (motivo por el cual he decidido unánimemente no ir a ninguno más, porque mi vida propia tiene algo de valor todavía).
Para coordinar nuestros turnos de trabajo con tantas actuaciones, incluyendo, ya que estamos, las comidas navideñas laborales, se necesitaría un comité de sabios de la antigua Grecia, pero me temo que ya se murieron todos en su momento y no van a poder ayudarnos...
Por supuesto, la ropa solicitada para cada actuación no debe ser motivo de olvido, porque requiere su propio capítulo. El año pasado, mi nena tenía que ir de "interrogante". No, no me he equivocado, eso he dicho. Se trata de un disfraz navideño por todos conocido, muy popular. ¿Quién ha ido a una fiesta navideña donde no hubiera una interrogante?.
Por supuesto, las abuelas y la madre estàn por encima del bien y del mal y podemos hacer cualquier disfraz, por muy retorcido que sea, para que los niños vayan adecuados a los requerimientos.
Este año tengo oídas de normalidad : pastorcilla y angelita roquera, por lo que voy buscando un cartón para la guitarra del ángel. Se lo pediré a mi amigo el indigente...
viernes, 2 de diciembre de 2011
Caramelo de menta
Sí, el título de hoy hace referencia al famoso Pictolín.
Desde las ocho y media ,trabajando sin parar hasta las tres. Salgo y llueve. Justo entonces, cuando podría haberlo hecho toda la mañana y así haber persuadido a los asiduos de la sanidad, para que depusieran su actitud de ir, sin piedad alguna, en el horario por mí sufrido.
El caso es que con intención de llegar antes y de no mojarme, cojo un taxi.
Llego a casa cansada, con sueño, en espera de encontrar suculentos manjares, pero lamentablemente, los veinticinco cocineros imaginarios se han evaporado, y mi triste realidad son dos rebanadas de pan de molde con salchichón (¿estará caducado que se rompe con mucha facilidad?) y una loncha de queso. Para compensar, un café con leche y varias(pero varias , varias...)galletas Príncipe de Bequelar o como se escriba esa marca, bien rellenas de chocolate.
Llueve màs que antes. Mucho mejor. Para ir a recoger a los zagales del colegio, es bueno que el camino tenga las mayores adversidades posibles, con el fin de conseguir algún record Guiness tarde o temprano. Por supuesto, a estas alturas ya os habréis planteado que alguien està de guardia...
Llegamos todos a casa, empapados, con los zapatos nuevos con pérdidas de color a ronchas (los caros aguantan una media de tres meses, los menos caros una semana aproximadamente).
Meriendan, y yo, como me apetece un caramelo, procedo a tomarlo sin mucha publicidad. Pero Don Martirio se da cuenta y comienza con su retahíla: mamà, ¿me das un caramelo de esos?.
No hijo, acabas de merendar y váis un rato a jugar arriba, ademàs, sabes que a mamá no le gusta que comáis caramelos duros que os podéis atragantar.
Pero, yo los como siempre en casa de la abuelita. He dicho que no.
Tras el baño y la cena, el segundo round: mamà, me pica la garganta, ¿me das un caramelo?.
Aburrida, y en un momento de flaqueza, le digo que después le daré uno.
Empieza Cars 2, y todos la vemos en el sofá(mentira, la pequeña se dedica a desquiciarme cada segundo y a hacer imposible que me entere del argumento, y ademàs decide cagar). Mientras la limpio, aparece el otro con el caramelo en la mano: ha registrado mis bolsos hasta dar con él.
Me enfado y le recuerdo la orden de no registrar los bolsos de nadie, intentando de nuevo ver un pedazo de film.
Cuando los convenzo de que es la hora de dormir, subimos a las habitaciones,y de nuevo, me recuerda que le prometí que luego se comería el caramelo. Intento explicarle que le dije eso para que me dejase en paz, utilizando entonces el niño, planes alternativos: llega el momento de llorar, porque no cumplo mis promesas, consiguiendo, de este modo, que pre-brote, deseando quemar la fábrica de Pictolines, y acabando con ardor, no sé si por el caramelo o por mi hijo. ¿Me tomo entonces un Almax o un Valium?. Lo dejo a vuestra elección...
Desde las ocho y media ,trabajando sin parar hasta las tres. Salgo y llueve. Justo entonces, cuando podría haberlo hecho toda la mañana y así haber persuadido a los asiduos de la sanidad, para que depusieran su actitud de ir, sin piedad alguna, en el horario por mí sufrido.
El caso es que con intención de llegar antes y de no mojarme, cojo un taxi.
Llego a casa cansada, con sueño, en espera de encontrar suculentos manjares, pero lamentablemente, los veinticinco cocineros imaginarios se han evaporado, y mi triste realidad son dos rebanadas de pan de molde con salchichón (¿estará caducado que se rompe con mucha facilidad?) y una loncha de queso. Para compensar, un café con leche y varias(pero varias , varias...)galletas Príncipe de Bequelar o como se escriba esa marca, bien rellenas de chocolate.
Llueve màs que antes. Mucho mejor. Para ir a recoger a los zagales del colegio, es bueno que el camino tenga las mayores adversidades posibles, con el fin de conseguir algún record Guiness tarde o temprano. Por supuesto, a estas alturas ya os habréis planteado que alguien està de guardia...
Llegamos todos a casa, empapados, con los zapatos nuevos con pérdidas de color a ronchas (los caros aguantan una media de tres meses, los menos caros una semana aproximadamente).
Meriendan, y yo, como me apetece un caramelo, procedo a tomarlo sin mucha publicidad. Pero Don Martirio se da cuenta y comienza con su retahíla: mamà, ¿me das un caramelo de esos?.
No hijo, acabas de merendar y váis un rato a jugar arriba, ademàs, sabes que a mamá no le gusta que comáis caramelos duros que os podéis atragantar.
Pero, yo los como siempre en casa de la abuelita. He dicho que no.
Tras el baño y la cena, el segundo round: mamà, me pica la garganta, ¿me das un caramelo?.
Aburrida, y en un momento de flaqueza, le digo que después le daré uno.
Empieza Cars 2, y todos la vemos en el sofá(mentira, la pequeña se dedica a desquiciarme cada segundo y a hacer imposible que me entere del argumento, y ademàs decide cagar). Mientras la limpio, aparece el otro con el caramelo en la mano: ha registrado mis bolsos hasta dar con él.
Me enfado y le recuerdo la orden de no registrar los bolsos de nadie, intentando de nuevo ver un pedazo de film.
Cuando los convenzo de que es la hora de dormir, subimos a las habitaciones,y de nuevo, me recuerda que le prometí que luego se comería el caramelo. Intento explicarle que le dije eso para que me dejase en paz, utilizando entonces el niño, planes alternativos: llega el momento de llorar, porque no cumplo mis promesas, consiguiendo, de este modo, que pre-brote, deseando quemar la fábrica de Pictolines, y acabando con ardor, no sé si por el caramelo o por mi hijo. ¿Me tomo entonces un Almax o un Valium?. Lo dejo a vuestra elección...
sábado, 26 de noviembre de 2011
El árbol de Navidad
Érase una vez, tres niños que se dedicaron todo el día a desafiar y torturar a su madre, una princesa desdichada y despeinada (ni que decir tiene que el ogro del cuento no estaba ese día) y ésta, cansada de gritarles y castigarles infructuosamente, decidió montar el árbol de Navidad en espera de entretener a los nefastos nenes.
Ya por la mañana había intentado ocupar sus cabezas realizando las tareas del cole, pero sólo había conseguido en dos de los tres casos unos deberes hacendosos, propios de princesas, resultando en el último caso, un árbol genealógico con los rostros dibujados de los más horripilantes monstruos de cuentos de terror, cuando, de hecho, se trataba de un buen dibujante habitual. Los había sacado a la calle para que jugasen, les había dado de comer opíparamente, y a la pequeña, que se había despertado ese día con la salida del sol, a las seis de la mañana, la había, digamos que arrullado (luz apagada, mismo soniquete oral hasta que cayera, porque me tenía hasta el moño...) para que descansara, y no se tirara toda la tarde llorando por cualquier motivo no aparente.
Por lo tanto, con todos estos preparativos, nada podía fallar, el montaje se preveía magnífico cuando, fruto seguro de algún maleficio de bruja de cuento, los infantes comenzaron a querer poner adornos antes de que las tres piezas de el árbol de plástico, made in Taiwan o por allí cerca, estuvieran ensambladas.
El mayor sobre todo, a pesar de las indicaciones de más de dos mil decibelios, se dedicó a lanzar guirnaldas hacia el árbol, seguido por sus hermanas, quedando la decoración a la altura del betún, porque todo arrastraba por el suelo, puesto que nadie lo había colocado realmente, además de meter y sacar figuras de las cajas hasta que varias terminaron claramente mutiladas, por ejemplo, la ovejita, que quedó sin orejas.
Tras la maravillosa experiencia, y de nuevo otra opípara, esta vez merienda, la sufrida madre, decidió que, antes de avisar a Herodes, magnífico político y mejor persona, o que abandonarlos en el bosque sin migas de pan ni piedras...llevaría a sus hijos a lo alto del castillo, con el hada paciente, para que los aguantara un rato largo hasta la hora de la cena.
Sí es verdad que los gritos se oían a varias leguas, pero, tras una poción de hierbabuena, la princesa madre cerró los oídos y se dedicó a recoger sus desordenados dominios.
La cena se desarrolló, como siempre, ejerciendo, la antigua reina del lugar de sirvienta, y a las nueve, (más que tarde), subieron todos hacia sus aposentos, necesitando del "hechizo de la zapatilla" para conseguir decir: colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Ya por la mañana había intentado ocupar sus cabezas realizando las tareas del cole, pero sólo había conseguido en dos de los tres casos unos deberes hacendosos, propios de princesas, resultando en el último caso, un árbol genealógico con los rostros dibujados de los más horripilantes monstruos de cuentos de terror, cuando, de hecho, se trataba de un buen dibujante habitual. Los había sacado a la calle para que jugasen, les había dado de comer opíparamente, y a la pequeña, que se había despertado ese día con la salida del sol, a las seis de la mañana, la había, digamos que arrullado (luz apagada, mismo soniquete oral hasta que cayera, porque me tenía hasta el moño...) para que descansara, y no se tirara toda la tarde llorando por cualquier motivo no aparente.
Por lo tanto, con todos estos preparativos, nada podía fallar, el montaje se preveía magnífico cuando, fruto seguro de algún maleficio de bruja de cuento, los infantes comenzaron a querer poner adornos antes de que las tres piezas de el árbol de plástico, made in Taiwan o por allí cerca, estuvieran ensambladas.
El mayor sobre todo, a pesar de las indicaciones de más de dos mil decibelios, se dedicó a lanzar guirnaldas hacia el árbol, seguido por sus hermanas, quedando la decoración a la altura del betún, porque todo arrastraba por el suelo, puesto que nadie lo había colocado realmente, además de meter y sacar figuras de las cajas hasta que varias terminaron claramente mutiladas, por ejemplo, la ovejita, que quedó sin orejas.
Tras la maravillosa experiencia, y de nuevo otra opípara, esta vez merienda, la sufrida madre, decidió que, antes de avisar a Herodes, magnífico político y mejor persona, o que abandonarlos en el bosque sin migas de pan ni piedras...llevaría a sus hijos a lo alto del castillo, con el hada paciente, para que los aguantara un rato largo hasta la hora de la cena.
Sí es verdad que los gritos se oían a varias leguas, pero, tras una poción de hierbabuena, la princesa madre cerró los oídos y se dedicó a recoger sus desordenados dominios.
La cena se desarrolló, como siempre, ejerciendo, la antigua reina del lugar de sirvienta, y a las nueve, (más que tarde), subieron todos hacia sus aposentos, necesitando del "hechizo de la zapatilla" para conseguir decir: colorín colorado, este cuento se ha acabado.
domingo, 20 de noviembre de 2011
Fin de semana
Recogida del cole, el mayor me indica todos los días al verme las buena nuevas ( que nunca son buenas): un punto negro esta vez. Y yo me pregunto : ¿ bajo qué punto de vista se puede otorgar a la conducta de un individuo de seis años un punto de semejante color, y lo más importante: qué beneficios se obtienen con dicho premio inverso?.
La verdad es que no le doy importancia alguna, y en todo caso me resultan hasta graciosas ese tipo de apreciaciones educativas, pero procuro mantener el tipo delante del niño y simular que me importuna de algún modo su comportamiento.
La otras dos, en seguida me remarcan que ellas se han portado excelentemente, cosa que no cuadra cuando la gente, desde fuera, las ve abalanzarse sobre la merienda, incluso registrándome el bolso, como si no hubieran comido en la vida, hasta pegándose si fuera preciso en busca de la obtención del bocado más grande.
Cargada de mochilas, deberes, chaquetas y las manos de dos niños de tres, intentamos dirigirnos hacia casa (realmente ese propósito lo tengo yo sola). De camino, peleas por coger todas las porquerías que encuentran por el suelo , o ramas de árboles, que ocasionan disputas por su tamaño ( como siempre, lo más grande o largo es lo más preciado...), y en medio del lío y lo aturdida que me llevan, la mediana, mirando hacia atrás, se da un camotazo contra una farola. Lo primero es el pensamiento de: voy a matarla, pero claro, la criatura llora y tiene una cara de "gran lástima" y me enternece, al fin y al cabo es mi hija, teniendo que colocarme mejor todo lo que llevo en las manos, para poder cogerla en brazos, mientras la pequeña me tira del brazo para que la coja a ella también.
Llegamos a casa, y se me ocurre ponerle hielo en la zona maltrecha. Error. La pequeña también quiere y con las manos en sendos parietales, llorando a moco tendido, empieza a gritar que le duele la cabeza a ella también, y que le ponga hielitos.
Mientras tanto, el otro, que aprovecha cualquier opción para hacer de las suyas, da con unas tijeras y se pone a recortar de las revistas regalos para pedírselos a los reyes, entre ellos, una "tableta", indicándome que así no tendrá que cogerme del cajón mi iPad.
Si me dedicara a gritar más de lo que lo hago, creo que los vecinos llamarían a la polícia local para que me recogieran una temporada , pero realmente, me vendría bien, porque es un modo de descarga y de liberación de estrés acumulado.
Tanto que hay talleres de risoterapia, y la gente ríe en espera de mejorar sus vidas, ¿por qué no hay gritoterapia, mucho más eficaz de todas todas?.
El día siguiente, Sábado, fué mucho mejor, porque con la figura paterna presente, sólo nos toman el pelo un 90%.
Lo primero tras desayunar, los deberes: se dedican a chincharse los unos a los otros, a tirarse los colores a la cabeza , a borrarse lo hecho o a pintarse las hojas, por lo que terminamos separándolos, y con alguna que otra amenaza y borrando una y otra vez lo que hacen mal a propósito, acaban; y conseguimos vestirlos en menos de una hora y salir hacia nuestro destino: vamos a comer un arroz con unos amigos.
La descripción de una comida con ellos en cualquier restaurante la tenéis en episodios previos de este serial, podéis releerla y concuerda para todas las veces, con algunas variaciones: la mediana en este caso, decidió morder la copa, para llenar su boca de cristales. Su padre quiso matarla, pero primero se aseguró de que no se había hecho nada, y acto seguido, la castigó de pie, a nuestro lado, sin postre.
Por su parte el arroz y conejo estaba tan salado que ni las aceitunas en salmurera lo están tanto, y tras quejarnos, quisieron convencernos de que se podía comer poniéndonos de ejemplo a tres clientes ( bebedores habituales del local, conocidos por la amiga que venía con nosotros porque había trabajado allí hacía tiempo), inflados a cerveza, con la boca quemada de tanto tabaco y tanto carajillo, a los que no les había parecido salado.! No te jode ¡. Y si se la pones a un muerto tampoco se lo parece.
Pagamos, pero saben bien que no volveremos nunca más. Tal y como están las cosas con la crisis y no regalarnos ni los postres, cuando todos dejamos arroz en nuestro plato. Todos no, los zagales se comieron hasta las copas, como os he dicho, pero se tiraron toda la tarde pidiendo agua.
El Domingo, de nuevo sin nuestro oso gigante de peluche. Por la mañana los he sacado al parque un rato para poder comprar el pan y que mi pobre suegra pudiera hacernos de comer. Por supuesto no ha habido siesta, y la tarde de lluvia y frío ha sido de lo más aburrida encerrados en casa, por lo que no tengo mucho más que contaros. Además estaréis entretenidos con los recuentos de las votaciones, así es que os dejo hasta otro día.
La verdad es que no le doy importancia alguna, y en todo caso me resultan hasta graciosas ese tipo de apreciaciones educativas, pero procuro mantener el tipo delante del niño y simular que me importuna de algún modo su comportamiento.
La otras dos, en seguida me remarcan que ellas se han portado excelentemente, cosa que no cuadra cuando la gente, desde fuera, las ve abalanzarse sobre la merienda, incluso registrándome el bolso, como si no hubieran comido en la vida, hasta pegándose si fuera preciso en busca de la obtención del bocado más grande.
Cargada de mochilas, deberes, chaquetas y las manos de dos niños de tres, intentamos dirigirnos hacia casa (realmente ese propósito lo tengo yo sola). De camino, peleas por coger todas las porquerías que encuentran por el suelo , o ramas de árboles, que ocasionan disputas por su tamaño ( como siempre, lo más grande o largo es lo más preciado...), y en medio del lío y lo aturdida que me llevan, la mediana, mirando hacia atrás, se da un camotazo contra una farola. Lo primero es el pensamiento de: voy a matarla, pero claro, la criatura llora y tiene una cara de "gran lástima" y me enternece, al fin y al cabo es mi hija, teniendo que colocarme mejor todo lo que llevo en las manos, para poder cogerla en brazos, mientras la pequeña me tira del brazo para que la coja a ella también.
Llegamos a casa, y se me ocurre ponerle hielo en la zona maltrecha. Error. La pequeña también quiere y con las manos en sendos parietales, llorando a moco tendido, empieza a gritar que le duele la cabeza a ella también, y que le ponga hielitos.
Mientras tanto, el otro, que aprovecha cualquier opción para hacer de las suyas, da con unas tijeras y se pone a recortar de las revistas regalos para pedírselos a los reyes, entre ellos, una "tableta", indicándome que así no tendrá que cogerme del cajón mi iPad.
Si me dedicara a gritar más de lo que lo hago, creo que los vecinos llamarían a la polícia local para que me recogieran una temporada , pero realmente, me vendría bien, porque es un modo de descarga y de liberación de estrés acumulado.
Tanto que hay talleres de risoterapia, y la gente ríe en espera de mejorar sus vidas, ¿por qué no hay gritoterapia, mucho más eficaz de todas todas?.
El día siguiente, Sábado, fué mucho mejor, porque con la figura paterna presente, sólo nos toman el pelo un 90%.
Lo primero tras desayunar, los deberes: se dedican a chincharse los unos a los otros, a tirarse los colores a la cabeza , a borrarse lo hecho o a pintarse las hojas, por lo que terminamos separándolos, y con alguna que otra amenaza y borrando una y otra vez lo que hacen mal a propósito, acaban; y conseguimos vestirlos en menos de una hora y salir hacia nuestro destino: vamos a comer un arroz con unos amigos.
La descripción de una comida con ellos en cualquier restaurante la tenéis en episodios previos de este serial, podéis releerla y concuerda para todas las veces, con algunas variaciones: la mediana en este caso, decidió morder la copa, para llenar su boca de cristales. Su padre quiso matarla, pero primero se aseguró de que no se había hecho nada, y acto seguido, la castigó de pie, a nuestro lado, sin postre.
Por su parte el arroz y conejo estaba tan salado que ni las aceitunas en salmurera lo están tanto, y tras quejarnos, quisieron convencernos de que se podía comer poniéndonos de ejemplo a tres clientes ( bebedores habituales del local, conocidos por la amiga que venía con nosotros porque había trabajado allí hacía tiempo), inflados a cerveza, con la boca quemada de tanto tabaco y tanto carajillo, a los que no les había parecido salado.! No te jode ¡. Y si se la pones a un muerto tampoco se lo parece.
Pagamos, pero saben bien que no volveremos nunca más. Tal y como están las cosas con la crisis y no regalarnos ni los postres, cuando todos dejamos arroz en nuestro plato. Todos no, los zagales se comieron hasta las copas, como os he dicho, pero se tiraron toda la tarde pidiendo agua.
El Domingo, de nuevo sin nuestro oso gigante de peluche. Por la mañana los he sacado al parque un rato para poder comprar el pan y que mi pobre suegra pudiera hacernos de comer. Por supuesto no ha habido siesta, y la tarde de lluvia y frío ha sido de lo más aburrida encerrados en casa, por lo que no tengo mucho más que contaros. Además estaréis entretenidos con los recuentos de las votaciones, así es que os dejo hasta otro día.
sábado, 19 de noviembre de 2011
Vacaciones en Roma (III y última parte, espero)
Al día siguiente, tras desayunar excesivamente (uno, en casa, se hace un desayuno normalito, y con eso basta; pero en estos sitios con desayuno buffet la gente se transforma (no es que a mí me haya pasado nunca...), como el doctor Hekyll y Mr. Hyde, comiendo huevos revueltos con bacon y salchichas, todo tipo de fiambres con pan, café y té, cereales, varios modelos de bollería, tostadas con mermeladas... saliendo de allí hacia la habitación, no para lavarse los dientes, como hace creer todo el mundo, sino para tomar algún antiemético y poder aprovechar la mañana en hacer visitas turísticas).
La única ventaja del asunto, es que consigues energías para andar lo que te echen, y subir y bajar lo que haga falta, ayudada por el espíritu de culpa de llevar dos kilos más encima tras la ingesta.
Tras esta breve, pero necesaria introducción, continuamos la trama.
La mañana se empleó en ver el famoso Coliseo, pero como los ricos, con una guía y todo, que nos explicó muchas cosas interesantes, entre ellas, que en la anterior visita de la mañana que había guiado ( un grupo de delegados de no se qué gobierno de otro país), un señor, bien entrado en años, había "plasmado"su nombre con un destornillador en el preciado monumento de la humanidad. También nos indicó que era de lo más habitual que la gente se cortara las uñas con el cortauñas mientras ella hablaba...supongo que la pobre arquitecta estaba harta de aguantar idiotas, por eso debió quedar contenta con nuestro grupo, porque no hicimos nada demasiado raro.
Comimos pasta ( ¿a que no os lo imaginábais?), y por la tarde a la Fontana, también abarrotada de gente como la Plaza de España, y allí nos surgió la duda: ¿era echar una moneda para volver, dos para casarte y tres para divorciarte?, porque yo eché una y he vuelto, pero divorciada y casada de nuevo, por lo que decidimos unánimemente no echar ninguna y dejar en paz el destino.
Como indiqué en el anterior capítulo, no conseguí volver a comer esos deliciosos bocatas de rúcula, y de nuevo cenamos pasta, variando eso sí la salsa ( esta vez fué pesto),volviendo pronto al hotel, para descansar lo que no podemos nunca, que levantarse a las 7 todos los días del año es enteramente desesperante.
El último día nos fuimos al Foro romano y al Palatino. Servía la entrada del día anterior del Coliseo, y como el avión salía por la tarde, podíamos utilizar toda la mañana en recorrerlo. Lo malo fué ir sin tener idea de lo que veíamos, pero he de agradecerle a mi acompañante las magníficas explicaciones del tipo: ¡ostiá, otra columna!, que me hicieron, sin duda alguna, muy llevadero el recorrido.
Vimos alguna que otra cosa más, y otras muchas nos quedaron, y finalmente regresamos a casa para continuar con nuestra vida normal...
La única ventaja del asunto, es que consigues energías para andar lo que te echen, y subir y bajar lo que haga falta, ayudada por el espíritu de culpa de llevar dos kilos más encima tras la ingesta.
Tras esta breve, pero necesaria introducción, continuamos la trama.
La mañana se empleó en ver el famoso Coliseo, pero como los ricos, con una guía y todo, que nos explicó muchas cosas interesantes, entre ellas, que en la anterior visita de la mañana que había guiado ( un grupo de delegados de no se qué gobierno de otro país), un señor, bien entrado en años, había "plasmado"su nombre con un destornillador en el preciado monumento de la humanidad. También nos indicó que era de lo más habitual que la gente se cortara las uñas con el cortauñas mientras ella hablaba...supongo que la pobre arquitecta estaba harta de aguantar idiotas, por eso debió quedar contenta con nuestro grupo, porque no hicimos nada demasiado raro.
Comimos pasta ( ¿a que no os lo imaginábais?), y por la tarde a la Fontana, también abarrotada de gente como la Plaza de España, y allí nos surgió la duda: ¿era echar una moneda para volver, dos para casarte y tres para divorciarte?, porque yo eché una y he vuelto, pero divorciada y casada de nuevo, por lo que decidimos unánimemente no echar ninguna y dejar en paz el destino.
Como indiqué en el anterior capítulo, no conseguí volver a comer esos deliciosos bocatas de rúcula, y de nuevo cenamos pasta, variando eso sí la salsa ( esta vez fué pesto),volviendo pronto al hotel, para descansar lo que no podemos nunca, que levantarse a las 7 todos los días del año es enteramente desesperante.
El último día nos fuimos al Foro romano y al Palatino. Servía la entrada del día anterior del Coliseo, y como el avión salía por la tarde, podíamos utilizar toda la mañana en recorrerlo. Lo malo fué ir sin tener idea de lo que veíamos, pero he de agradecerle a mi acompañante las magníficas explicaciones del tipo: ¡ostiá, otra columna!, que me hicieron, sin duda alguna, muy llevadero el recorrido.
Vimos alguna que otra cosa más, y otras muchas nos quedaron, y finalmente regresamos a casa para continuar con nuestra vida normal...
jueves, 17 de noviembre de 2011
Relato antiguo
Pendiente de hacer la tercera entrega de mi viaje, limpiando esta mañana el despacho, encontré un relato que escribí en algún hueco de mi vida, con mi letra verdadera (en minúsculas, ininteligible para ningún ser que habite actualmente cualquier planeta conocido, excepto para mí, claro, sería preocupante lo contrario...), y he decidido compartirlo, ya que estamos, para celebrar las mil visitas.
4.45 de la tarde. Suena el timbre. No espero a nadie. Abro la puerta con prisa y pongo cara de ¡oh, no!. Se trata de una testiga (de una religión que no voy a mencionar en este medio) añosa, y su correspondiente "chica reclamo". Les digo que me tengo que ir, que tengo mucha prisa porque me espera mi abogado, y que he abierto la puerta porque ya me iba y veo que se quedan más o menos conformes, llamando a la puerta del vecino, lo que aprovecho para entrar, coger el bolso y salir a la calle para tratar de fingir lo que me he inventado sobre la marcha.
Aunque, ya que estoy en la calle, podría comprar algunas cosas que me faltan. Me dirijo a la tienda, cuando me doy cuenta de que no llevo dinero encima; habrá que pasar por un cajero.
Varío mi recorrido hasta llegar al más próximo. ¡ Qué suerte!, no hay nadie dentro llamando con su móvil (últimamente, los usuarios de teléfonos móviles creen que los cajeros son cabinas para llamar). Marco el número secreto y la máquina se apaga. Se ha ido la luz. ¿Será posible?. ¿Qué hago?. ¿Me voy o me espero?. ¿Hasta cuándo?. Cuando vuelva la luz, puede echar fuera la tarjeta, o quizás, como ya he marcado el número, si me voy, puede entrar alguien y desvalijarme la cuenta. LLamaré por el móvil para anularla. Pero, ¡ si no lo llevo!, malditas prisas por salir de casa hoy...
Decido sentarme fuera, en un banco, vigilando el cajero por si vuelve pronto la luz, pero pasa el rato y nada de nada. Intenta entrar en el cajero una madre con su carricoche, pero la puerta no se abre, la luz sigue cortada. Ahora que me fijo, los semáforos tampoco funcionan, ¡vaya caos automovilístico!.
Vuelvo a mirar hacia el cajero, sigue solitario e inútil, el pobre. Y como era de esperar, oigo un frenazo y ruido de cristales. ¡Dios mio, por qué habré estudiado medicina!. Ahora sí que tendré que abandonar la vigilancia. Me levanto, pero enseguida me calmo porque han salido de los coches y se están insultando: no les ha pasado nada.
Me vuelvo a sentar, todavía tengo palpitaciones pero estoy contenta. Aunque sigo sin saber qué hacer con el puto cajero. Me estoy acordando de los testigos y sus familias.
Se acerca un hombre al cajero, lo intenta con la tarjeta, luego con la libreta y por último, zarandeando la puerta. Por lo menos me voy a reir un rato. Se va mascullando no sé qué... ¡Si usted supiera caballero!.
Me acuerdo entonces de la película de "La cabina", con Jose Luis López Vázquez, encerrado en ella. ¡Qué agobio!.
Esto desde luego no es igual, pero tengo que decidir hasta qué hora me quedo o si hago la noche en el banco. Si al menos pasara alguien conocido que me pudiera ayudar...
Aunque pensándolo bien, la situación puede aceptar también a algún desconocido. Pasa por la calle una muchacha y decido contarle mi tragedia. ¡Qué casualidad!, vive allí mismo y me dice que llame desde su casa, lo que hago inmediatamente y anulo por fin la dichosa tarjeta.
Vuelvo a la calle, creo que he estado demasiado empalagosa con la pobre dándole tantas veces las gracias, la próxima vez que me vea por la calle saldrá huyendo en dirección contraria.
La policía todavía está tomando declaración a las fieras corrupias del coche de antes.
No tengo tarjeta bancaria, no he comprado nada, he perdido la tarde pero, estoy contenta de nuevo. La cosa no ha acabado mal...
4.45 de la tarde. Suena el timbre. No espero a nadie. Abro la puerta con prisa y pongo cara de ¡oh, no!. Se trata de una testiga (de una religión que no voy a mencionar en este medio) añosa, y su correspondiente "chica reclamo". Les digo que me tengo que ir, que tengo mucha prisa porque me espera mi abogado, y que he abierto la puerta porque ya me iba y veo que se quedan más o menos conformes, llamando a la puerta del vecino, lo que aprovecho para entrar, coger el bolso y salir a la calle para tratar de fingir lo que me he inventado sobre la marcha.
Aunque, ya que estoy en la calle, podría comprar algunas cosas que me faltan. Me dirijo a la tienda, cuando me doy cuenta de que no llevo dinero encima; habrá que pasar por un cajero.
Varío mi recorrido hasta llegar al más próximo. ¡ Qué suerte!, no hay nadie dentro llamando con su móvil (últimamente, los usuarios de teléfonos móviles creen que los cajeros son cabinas para llamar). Marco el número secreto y la máquina se apaga. Se ha ido la luz. ¿Será posible?. ¿Qué hago?. ¿Me voy o me espero?. ¿Hasta cuándo?. Cuando vuelva la luz, puede echar fuera la tarjeta, o quizás, como ya he marcado el número, si me voy, puede entrar alguien y desvalijarme la cuenta. LLamaré por el móvil para anularla. Pero, ¡ si no lo llevo!, malditas prisas por salir de casa hoy...
Decido sentarme fuera, en un banco, vigilando el cajero por si vuelve pronto la luz, pero pasa el rato y nada de nada. Intenta entrar en el cajero una madre con su carricoche, pero la puerta no se abre, la luz sigue cortada. Ahora que me fijo, los semáforos tampoco funcionan, ¡vaya caos automovilístico!.
Vuelvo a mirar hacia el cajero, sigue solitario e inútil, el pobre. Y como era de esperar, oigo un frenazo y ruido de cristales. ¡Dios mio, por qué habré estudiado medicina!. Ahora sí que tendré que abandonar la vigilancia. Me levanto, pero enseguida me calmo porque han salido de los coches y se están insultando: no les ha pasado nada.
Me vuelvo a sentar, todavía tengo palpitaciones pero estoy contenta. Aunque sigo sin saber qué hacer con el puto cajero. Me estoy acordando de los testigos y sus familias.
Se acerca un hombre al cajero, lo intenta con la tarjeta, luego con la libreta y por último, zarandeando la puerta. Por lo menos me voy a reir un rato. Se va mascullando no sé qué... ¡Si usted supiera caballero!.
Me acuerdo entonces de la película de "La cabina", con Jose Luis López Vázquez, encerrado en ella. ¡Qué agobio!.
Esto desde luego no es igual, pero tengo que decidir hasta qué hora me quedo o si hago la noche en el banco. Si al menos pasara alguien conocido que me pudiera ayudar...
Aunque pensándolo bien, la situación puede aceptar también a algún desconocido. Pasa por la calle una muchacha y decido contarle mi tragedia. ¡Qué casualidad!, vive allí mismo y me dice que llame desde su casa, lo que hago inmediatamente y anulo por fin la dichosa tarjeta.
Vuelvo a la calle, creo que he estado demasiado empalagosa con la pobre dándole tantas veces las gracias, la próxima vez que me vea por la calle saldrá huyendo en dirección contraria.
La policía todavía está tomando declaración a las fieras corrupias del coche de antes.
No tengo tarjeta bancaria, no he comprado nada, he perdido la tarde pero, estoy contenta de nuevo. La cosa no ha acabado mal...
miércoles, 16 de noviembre de 2011
Vacaciones en Roma ( II parte )
Casi mil visitas, madre mía cuánta responsabilidad...
Para los interesados en el desenlace de la trama, nos habíamos quedado por dos extranjeros, en una zona residencial perdida y alejada de la ciudad, sin medio de transporte, y sin haber visto todavía nada de nada turísticamente hablando.
Todo parecía acabado, como en las películas de intriga, cuando vimos que el mini-plano que nos habían dado en el hotel tenía el teléfono de un servicio de taxis. Medio en inglés, el señor lobo consiguió que llegara un vehículo a la dirección indicada, y por fin pudimos gastar el billete de cinco euros (y unos cuantos más), llegando al Vaticano varias horas después de haber aterrizado.
El resto fué coser y cantar, pudiendo ver "la Parroquia" y el Museo Vaticano, con Capilla Sixtina incluida, para luego familiarizarnos con todos los medios de transporte disponibles y tipos de tickets incluyendo lo principal: lugares de compra.
Por la tarde, a la Plaza de España, siempre llena de una inmensa cantidad de gente muy cansada, sentados eternamente en unas escaleras tan abarrotadas que no se puede ni subir por ellas, motivo por el cual, entramos en una tetería que parecía tener buena pinta.
Y sí, la tenía, y la carta ni os cuento, pero con un pequeño problema: el precio. Cuando ví las tarifas , ya sentados, pensé: busca lo más barato y pídelo, que queda bastante mal levantarnos tras despojarnos del bolso, el abrigo y una meada. Y así lo hice; me pedí un té de jazmín de 11 euros, y mi amado , un botellín de agua de tan sólo 5 euros. Los pasteles del lugar, ascendían a los 20 euros, por lo que decidí mirarlos y salir de allí antes de vaciar las cuentas bancarias.
Las comidas y cenas tuvieron precios más asequibles, habida cuenta de que la variedad era inexistente: podías tomar pasta o pizza. La innovación estuvo en una cena en un lugar de bocadillos caseros, donde había que comer de pie, pero contaban con gran cantidad de combinaciones, que te servían con el queso elegido caliente, casi todos con rúcula, que debe estar de moda por allí, al que yo quise volver a comer y cenar todos los días restantes dado el apreciable aspecto físico del camarero, sin conseguirlo, por más que lo intenté...
Lo que me recuerda el calendario de sacerdotes que circulaba por todos los kioscos, que se vé que estando en Roma allí no hay calendario de bomberos y es de curas: os recomiendo fervientemente Julio, Septiembre y Diciembre, así como la portada. Debí comprármelo, pero no encontré justificación congruente para tal hecho en aquel momento.
Por cierto, no hemos tenido nada que ver en la caída de Berlusconi, nosotros sólo pasábamos por allí...
Para los interesados en el desenlace de la trama, nos habíamos quedado por dos extranjeros, en una zona residencial perdida y alejada de la ciudad, sin medio de transporte, y sin haber visto todavía nada de nada turísticamente hablando.
Todo parecía acabado, como en las películas de intriga, cuando vimos que el mini-plano que nos habían dado en el hotel tenía el teléfono de un servicio de taxis. Medio en inglés, el señor lobo consiguió que llegara un vehículo a la dirección indicada, y por fin pudimos gastar el billete de cinco euros (y unos cuantos más), llegando al Vaticano varias horas después de haber aterrizado.
El resto fué coser y cantar, pudiendo ver "la Parroquia" y el Museo Vaticano, con Capilla Sixtina incluida, para luego familiarizarnos con todos los medios de transporte disponibles y tipos de tickets incluyendo lo principal: lugares de compra.
Por la tarde, a la Plaza de España, siempre llena de una inmensa cantidad de gente muy cansada, sentados eternamente en unas escaleras tan abarrotadas que no se puede ni subir por ellas, motivo por el cual, entramos en una tetería que parecía tener buena pinta.
Y sí, la tenía, y la carta ni os cuento, pero con un pequeño problema: el precio. Cuando ví las tarifas , ya sentados, pensé: busca lo más barato y pídelo, que queda bastante mal levantarnos tras despojarnos del bolso, el abrigo y una meada. Y así lo hice; me pedí un té de jazmín de 11 euros, y mi amado , un botellín de agua de tan sólo 5 euros. Los pasteles del lugar, ascendían a los 20 euros, por lo que decidí mirarlos y salir de allí antes de vaciar las cuentas bancarias.
Las comidas y cenas tuvieron precios más asequibles, habida cuenta de que la variedad era inexistente: podías tomar pasta o pizza. La innovación estuvo en una cena en un lugar de bocadillos caseros, donde había que comer de pie, pero contaban con gran cantidad de combinaciones, que te servían con el queso elegido caliente, casi todos con rúcula, que debe estar de moda por allí, al que yo quise volver a comer y cenar todos los días restantes dado el apreciable aspecto físico del camarero, sin conseguirlo, por más que lo intenté...
Lo que me recuerda el calendario de sacerdotes que circulaba por todos los kioscos, que se vé que estando en Roma allí no hay calendario de bomberos y es de curas: os recomiendo fervientemente Julio, Septiembre y Diciembre, así como la portada. Debí comprármelo, pero no encontré justificación congruente para tal hecho en aquel momento.
Por cierto, no hemos tenido nada que ver en la caída de Berlusconi, nosotros sólo pasábamos por allí...
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